Vivimos, desde hace tiempo, en una sociedad que lucha a muerte contra la edad.

Por supuesto, pierde.

Esa sociedad, en parte, se beneficia de la angustia que provoca sumar décadas. Así vemos todo tipo de potingues para pintar las canas, para desvanecer las arrugas, para no perder masa muscular ¡qué susto cuando descubrí eso! o para regenerar colágeno.

Sin embargo, aunque parece, yo no vengo aquí a combatir a la industria anti envejecimiento, menos a la buhonería anti envejecimiento (en esto hay negocio para todos). Vengo a desemascarar a otros y a decirles que la edad no se nota en lo que todos creíamos.

Insisto. No, no se nota en el traqueteo de las rodillas al ponerse en cuclillas para una foto grupal, no se nota en quejarse del ruido en una fiesta. Tampoco se nota en esa larga lista de alimentos que antes eran favoritos y ahora son una pesadilla gastrointestinal...bueno, si se nota en algo.

Donde verdaderamente se nota la edad es en la boca. En lo que sale de ella. Cuando escucho a personas decir repetidamente: ¡Ay no entiendo a la juventud! ¡Ay los jóvenes no quieren trabajar! ¨¡En mis tiempos...!”, “En mi época....!, ¡En mi infancia...!

Cuando las personas están más concentradas en el pasado que en el presente, cuando las personas olvidan que alguna vez fueron jóvenes y también recibieron críticas, es entonces cuando urge una crema que devuelva la frescura a los ojos y a las ideas.


* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.

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