Hace unos días una buena amiga me envió un mensaje que no llegué a leer porque enseguida lo eliminó. Cuando uno borra algo debería, como dice la palabra, ser borrado, desaparecido de la faz digital y no verse más. Pero así no pasa cuando se trata de los mensajes por chat, específicamente con WhatsApp: la evidencia queda allí a través de la frase: ‘este mensaje ha sido eliminado’.
Comprobar que alguien nos escribió algo y luego lo borró nos intriga. La dimensión de esa intriga depende mucho del contexto y de quien borró el mensaje. Aunque también depende de nuestra personalidad si somos muy o poco paranoicos. O simplemente de si ese día amanecimos con la inseguridad alborotada.
No es lo mismo que un colega borre un mensaje en un grupo donde se está comentando un tema peliagudo del trabajo, que el mensaje sea borrado por nuestro hijo de diez años. En mi caso, mi hija siempre está buscando, desde el teléfono de su abuela, el sticker perfecto para sorprenderme.
Cuando el mensaje eliminado viene de un jefe, una autoridad o alguien con quien estamos por cerrar un trato pues la expectativa es mucho peor. Y casi se me olvidaba decir que los mensajes borrados por novias, esposos y otros quereres pues perturban más.
Para evitar el sobresalto de las personas que me leen a través de un chat ya no elimino mensajes. Sí escribí mal el nombre, por culpa del auto corrector, lo reescribo bien abajo. Si mandé a una entrevistada un mensaje tipo: ‘acuérdate de traer el pan’, pues escribo: ‘disculpa, era un mensaje para otra persona’.
Tengo una regla que procuro cumplir: no escribo nada que me avergonzaría que otros leyeran. Corrijo: no vuelvo a escribir nada que me avergonzaría que otros lean.
Cada quien está en su derecho de compartir fotos y arrumacos por chat, pero hay que estar muy atentos sobre con quién se está compartiendo o de lo contrario atenerse a las consecuencias.