Un día, hace tiempo, iba yo por el Parque Omar cuando una señora me preguntó: “¿te puedo abrazar?”. Ella esperaba mi cara de extrañeza, y me mostró un cartel del Día de los Abrazos. Yo acepté el abrazo tanto como suelo aceptar todas las volantes que me dan en la calle. No me cuesta recibirlas, y de esa manera la persona cumple con su cuota diaria de volanteo más rápido.
En ese entonces yo descreía de los abrazos que ofrecían extraños. Los veía como una sensiblería, new age que si bien no hacía daño tampoco era gran cosa.
Y resulta que sí son la cosota. Crecí en una familia donde darse abrazos no era común. Si acaso en los cumpleaños. Aunque yo estaba absolutamente segura de ser queridas por mis padres, pero el afecto físico no era lo suyo.
A los escépticos como yo la ciencia misma nos ha dado una cachetada, pues el afecto físico es comprobadamente una cosa más que saludable, indispensable. Los bebés que no reciben abrazos, miradas y mimos pueden morir.
Marian Rojas Estapé es una doctora y escritora española que tiene un libro llamado Encuentra tu persona vitamina. Voy por un cuarto del audiolibro, pero estoy casi segura de que esa persona vitamina tiene que ser uno mismo.
Bueno, me adelanté, la persona vitamina que ella describe es esa con la que uno habla y encuentra sosiego. Por su risa, por su comprensión, por su consejo. Es aquella gente que nos recarga de energía (también existe gente que hace lo opuesto, pero de ellas ya se habla bastante). Al pensar en gente que lo hace a una feliz no sé por qué me ha venido a la mente esos grupitos en la escuela secundaria que se sentaban en la última silla del salón y compartían chistes y vacilones, hasta que la profesora los mandara a callar.
En Youtube se ha hecho popular una charla titulada A tus hijos dale rodilla, dictada por la maestra Anabel Valera. Agobiada por un problema con su hijo, adolescente, ella cuenta que habla con su papá. Él la pone a ella en su rodilla -¡tenía 43 años!- y le hace ver que, además de terapias y ayuda médica, su hijo necesitaba escucha, mirada, compasión y contacto: que ella lo pusiera en su rodilla como él lo estaba haciendo.
¡Contacto! Vuelvo a la señora del parque Omar y sus abrazos. Sí esos abrazos de desconocidos hacen bien, cuánto más lo harán los de personas conocidas que sabemos que nos quieren y a quienes queremos, pero olvidamos lo importante que es mostrarlo, tocarse, hacer sentir al otro: “me doy cuenta de que estás aquí”, “te estoy viendo”.
Ahora que mi hija es una niña grande, como ella dice, a veces siento que no necesita tantos abrazos y apapachos, pero sí los necesita. Eso no la hará malcriada ni consentida. La hará más fuerte y ayudará a su brújula a encontrar más personas vitaminas.
Todos tenemos gente así, gente con la que nos gusta estar. También es bueno trabajar para ser esa persona con las que los demás quieren estar.