El año pasado fui invitada a un seminario en Washington en la Universidad de Georgetown. Qué emoción sentía por el curso, pero además por ir a una ciudad famosa por sus museos. Me delaté: me encantan los museos.

Washington me sorprendió. Es una gran ciudad, pero a la vez con aires de pueblito. Tranquila. Con los paquetes de Amazon confiadamente esperando en las puertas de la casa, y gente amable. Por lo menos la que me orientó en la calle.

El primer día, la guía, que ya nos había enseñado el Capitolio y el Monumento a Lincoln, allá a lo lejos, ¡mírenlo!, anunció: “esas son las famosas escaleras de El Exorcista“. Alguien dijo, hay que tomarle una foto.

Cuando pude hablé con mi hermano admirador de la película y enseguida me dijo: “tienes que tomar la foto”. Y eso que él casi nunca toma fotos adonde va.

Nuestra agenda era apretada, pero una y otra vez pasábamos por allí en el bus. Siempre alguien decía: “allí están las escaleras”.

En 1973 se filmó la primera película de terror que iba a ser nominada al Óscar como mejor película, El Exorcista. Obtuvo 11 nominaciones. La película es, por supuesto, de un exorcista. No les voy a contar. Las famosas escaleras, al igual que la universidad de Georgetown, aparecen varias veces en el filme. Al final el exorcista muere en esos escalones. No me digan que les arruiné la historia.

Yo vi la película en televisión, como 12 años después de su estreno. Y recuerdo que en mi salón de clases de primaria todos quedamos asustados y fascinados.

Fui sola a las escaleras el último día. Las encontré por casualidad, es que una cosa es verla desde la calle y otra llegar. Está entre las calles M y Prospect, en el barrio de Georgetown, frente al río Potomac. Tiene 75 escalones. Subí y bajé. Qué horror para mis piernas.

Una vez allí no parece gran cosa. No hay suéteres de la película a la venta ni nada de eso. Aunque en 2015 se develó una placa y las escaleras quedaron incluidas en las guías para turistas. Pero eso no hacía falta. Los amantes de filmes de terror saben dónde están.

La vida es injusta, y yo, lejos de ser fanática del género, tuve la oportunidad de conocerlas. Otro día les cuento de mis visitas a los museos. Para unos es una promesa y para otros, una amenaza.