Hace unos días fuimos a sacar el pasaporte de nuestra hija. Sabíamos todos los requisitos y conocíamos la buena fama de la Autoridad de Pasaporte en cuanto a atención al cliente. Así que íbamos relativamente tranquilos.

Pero cuando nos pidieron la cédula juvenil de la niña pues resulta que no la teníamos. “¿No la tenías tú?” “¿Tú no la tenías?” El amable funcionario que actúa de filtro en la puerta al ver nuestro enredo nos dijo: “bueno, hasta aquí llegó la cosa”. Pero enseguida agregó: “si quieren, saquen aquí un certificado de nacimiento de la niña y vayan al Banco Nacional, aquí cerca, para comprar los timbres fiscales”. El funcionario al ayudarnos a encontrar una solución honró la buena fama de esa oficina.

Minutos después estaba yo en el Banco Nacional de la vía España. Ni siquiera estaba a 10 metros de la puerta cuando ya el agente de seguridad me dijo: “Bienvenida al Banco Nacional”. En tono de “la estábamos esperando”.

Crucé la puerta y me apañó otro funcionario que gentil (no en tono reseco) me consultó sobre la diligencia que me traía por allí y me orientó enseguida a una fila para lo de los timbres fiscales. Luego supe que allí me darían el número de RUC o Registro Único de Contribuyente de mi hija. La fila era larga pero pronto apareció una joven para ayudar a los que íbamos a solicitar el RUC. En unas estaciones de computadoras buscó la información de manera rápida pero con amabilidad.

Miré el ambiente del banco y todo se veía pulcro e iluminado. Hasta el piso brillaba. Quizás lo sentí así por el profesionalismo de la gente. Y por si fuera poco había letreros en que se leía “aquí usted sí puede hablar por celular”. No lo podía creer. En la mayoría de los bancos y oficinas públicas abundan las amenazas -quise decir advertencias-, de que no se puede usar el teléfono. PROHIBIDO.

Por supuesto, no se podía usar el teléfono en el área de cajas, pero eso se advertía elegantemente en letras chiquitas.

Salí del banco contenta. Tal vez seré ilusa, pero pienso que quienes trabajan en lugares donde se preocupan por la gente y por ser eficientes, deben sentir algo de orgullo.

Quise escribir esto hoy porque hace unos días mi hija, quien ya entiende que su mamá es periodista, me dijo: “mamá no me gustan las noticias”. Cuando le pregunté por qué me dijo: “todo lo que sale allí es triste, malo, todo lo feo que pasa en Panamá”.

Y ciertamente desde las noticias y desde cualquier espacio que uno tenga hay que hablar de lo bueno que ocurre en Panamá.