A veces las personas llegan a un lugar tan apuradas que no se dan tiempo de ser corteses con quien está en la recepción. No siempre lo hacen a propósito. Es que no se percatan de la persona tan importante que tienen delante.
Uno de lo mejores relacionistas públicos que conocí tenía la habilidad de memorizar los nombres y hasta los cumpleaños de estas profesionales. A primera vista uno podía suponer cualquier cosa, pero cuando lo conocías mejor te dabas cuenta de que esa era su llave mágica.
Las recepcionistas abren puertas. Y no me refiero a su habilidad para manipular el intercom o cualquier botón automático. Ellas te hacen pasar o te dejan fuera, y puede que ni te des cuenta.
Eso era lo que sabía aquel relacionista público a quien una vez vi llegar con un dulce de cumpleaños para una recepcionista veterana, de una compañía importante. Seguro que para él las puertas siempre estaban abiertas.
A lo interno, son grandes aliadas. Aquí en La Prensa agradezco a las recepcionistas que cuando alguien llega sin cita me llaman. “Buen día, está aquí alguien que pregunta por la Sra. Roxana…”. Ellas saben que están hablando conmigo, pero es su manera de darme la oportunidad de salir airosa en caso de que esté ocupada. ¡Vaya si me han librado de varias!
Para una compañía es bueno capacitar y consentir a las mujeres, y también hombres, que los hay, encargados de esta silla.
¡Qué diferencia cuando te recibe una persona amable y presentable! No me refiero a su ropa. De qué sirve ir bien planchado y peinado pero amargado. Un colaborador que se nota satisfecho y que parece dominar todo lo que pasa en su empresa es un gusto.
Al menos, yo pienso: “Qué buen sitio de trabajo es este, la gente está entrenada y contenta”. Y capaz que no es así, pero esa es la impresión que uno se lleva.
La mayoría nunca conocemos a los dueños de las empresas ni a los gerentes. Solo vemos la sonrisa o la cara amarrada de la persona en la entrada.