—Hija ¿tienes el micrófono apagado? Hace unos día estuve a punto de posponer una llamada telefónica para coordinar una entrevista. Estaba sola con mi hija en casa. Ella asistía a sus clases escolares desde la computadora pero en cualquier momento iba a necesitar de mí. Me parecía poco profesional atender una llamada de trabajo y a la vez estar pendiente de las lecciones de mi hija.
Por suerte, alguien llegó en mi auxilio. Enseguida me pasé a otro cuarto para hablar con calma y mostrarme muy seria. No había pasado un minuto cuando escuché a mi interlocutora alzar la voz, pero no a mí: “hijo, esa no es tu mano derecha…”. Así, caí en cuenta que ella también estaba pendiente de las clases virtuales de sus hijos. Luego supe que tiene dos.
Para protegernos de la pandemia nuestros niños reciben lecciones desde la casa, del otro lado de la pantalla está la maestra. Pero, solitos los alumnos pequeños no pueden avanzar. Entre más chiquitos, más necesitan de un adulto al lado. Padres, abuelos y tíos ayudan a resolver problemas técnicos y anímicos. “¿Mamá, falta mucho para que se acaben las clases?”.
Mientras encontramos la témpera y verificamos que el micrófono esté apagado, seguimos en el teletrabajo. En nuestra computadora, atendiendo chats, dando indicaciones por teléfono y apagando incendios. Todo esto pretendiendo que no hay niños en casa y que no hay que hacer almuerzo.
Me gusta escuchar a Paola Elízaga de la Comunidad Negocios entre Pañales ella es asesora de negocios digitales; sobre todo de mamás emprendedoras y no es raro que en sus reuniones virtuales se vea a las mujeres con sus niños en brazos.
Lo que vemos allí es la realidad. Muchas mujeres que trabajan tienen niños que críar y no siempre cuentan con apoyo. Pero la sociedad las juzga y ellas mismas se juzgan por, aparentemente, no tener todo bajo control.
A más de un experto he escuchado decir: “Es poco serio que los niños interrumpan las reuniones virtuales”. Yo digo: Es poco real que no lo hagan. Los niños no tienen un botón de apagado.
No hay que apenarse. En la medida que más abiertas nos mostremos sobre que estamos lidiando con los quehaceres propios de la maternidad, más fácil será para las demás hacerlo.
Se necesita apoyo y empatía, que no se juzgue a la mujer porque en su reunión vía Zoom se escucha el llanto de un bebé o porque su hija pequeña quiere saludar a las cámaras. Eso es lo que pasa en una casa y nuestra casa ahora se ha metido en la oficina y viceversa.
La sociedad espera que los padres sean un pilar de la familia, “esto y aquello se aprende en casa”, dicen algunos, pero también espera que en sus trabajos esos padres actúen y rindan como si no tuvieran hijos.
Quisiera decir más, pero tengo que ir a subir los trabajos de la escuela a la plataforma de lo contrario se me acumulan y ustedes ni se imaginan el enredo que eso es. O quizás sí.