Con una foto de sus abuelos el chef Isaac Villaverde abrió su charla sobre los 10 años de La Tapa del Coco. Su restaurante. “Con ellos, empezo todo”, dijo.

Eran las 8:00 p.m. de un sábado. El chef había invitado a celebrar entre comida, por supuesto. También había prometido hablar.

Compartió otra foto: una con su tío quien siempre le obsequiaba libros y quién le regalo un las manos de su abuela amasando harina en un platón de plástico.

Cuando tomó esa foto el chef Isaac no vio en ella el mensaje que ahora le era evidente. A veces, dijo, somos la masa que alguien moldea. Otras, somos las manos dando forma y con suerte nos convertimos en el platón donde se está haciendo todo lo anterior. La Tapa del Coco ahora es el platón.

Sus abuelos le dieron a Isaac la inspiración y el temple, pero fue una novia quien le sembró la idea. Junto a ella fue a una feria de comida afroantillana donde su madre y abuela cocinaban. Aquella novia le dijo: “Isaac, ¿no ves que tú deberías ser el relevo generacional de ellas? Tú deberías cocinar”.

No, entonces no lo veía. Él estudiaba mercadeo.

Tiempo después se asoció con unos amigos para vender comida afroantillana. Así nació La Tapa del Coco que se convirtió en un food trailer. La idea de vender comida afroantillana, esa comida tropical a base de mariscos y con un toquecito de picante que recordaba a la sazón de las abuelas era buena y gustó, pero ni Isaac ni sus socios estaban listos para dejar sus empleos y meterse de lleno a ello. Tuvieron que cerrar.

Isaac retomó la idea. Comprendió que La Tapa del Coco debía ser, más que un lugar físico, un movimiento cultural que resaltara la herencia afro. Llevó su mensaje a diferentes platos en ferias y eventos gastronómicos. Unió esfuerzos con otros chef y sus proyectos. Desde 2013 tiene su local en el corregimiento de San Francisco.

Isaac tenía cinco años cuando le encomendaron decir una poesía en el acto del Día del Padre. Después de practicar una semana se paró frente al micrófono y... se quedó en blanco. Empezó a llorar y no paró hasta la casa. El día más triste de su corta vida.

Su abuela le ofreció un trato. Ella iría a la escuela a pedir que le permitieran decir la poesía el próximo lunes en el acto cívico. Él debía practicar todos los días. Llegó el lunes y... dijo la poesía perfecta.

“Llevo 10 años dirigiendo La Tapa del Coco a veces con cinco personas, con 12, con 20 o con una. Hay días en que me voy a la cama sin tener las respuestas, me desespero y he llegado a llorar, sé que es lo mismo que les pasa a ustedes en sus vidas... pero tengo la seguridad de que puedo volver a intentarlo. Esa lección de mi abuela turn your pain into power (convierte el dolor en poder) la llevo en mi corazón todos los días”, dijo el chef ante el público que lo aplaudía y quería llorar.