El periodista mira a la cámara y dice a los televidentes con seguridad: ‘aquí todo sigue en calma’. Al fondo, detrás de él, arde un carro de juguetes sobre un tanque, unas señoras aplauden enojadas y varios sostienen pancartas, dibujadas en cartulina, contra el Gobierno. Más al fondo se ve la paciente fila de carros esperando.
No es que el periodista ande despistado. Es que nos estamos acostumbrando a la gente en la calle, trancando las vías, exigiendo respuestas porque sus sueldos no alcanzan y todo sigue subiendo. Cuando él se refería a ‘en calma’ aludía, creo, a la ausencia de un enfrentamiento con la policía o con los conductores que no podían pasar.
En calma significaba gente cantando tonadas, muy ingeniosas por cierto, bailando y clamando contra la corrupción.
En las redes sociales tampoco hay calma porque todo lo que ocurre en la calle se convierte en videos cortos, en reels o tik toks. En Twitter algunos ofrecen solución al Gobierno: ‘cierren la Asamblea’, ‘bajen el salario a los funcionarios’, ‘quiebren las botellas’. Hay muchas ganas de desquitarse. Y cuando hablan algunos funcionarios se entiende por qué.
El presidente de la Asamblea Nacional, que estuvo en un festejo donde servían ron de 400 dólares, dice que el Organo Legislativo no tiene la culpa de los intermediarios o lo que ocurre con la cadena de alimentos, medicina o combustible. Agrega que hay otros sectores que pasan “agachados”. De esto podría entenderse que si los demás actúan mal ellos no tienen porqué actuar bien.
Las medidas que el martes anunció el gobierno para calmar las protestan fueron gasolina al fuego.
El que entre los alimento con precio controlado sobresalieran tuna de lata, salchicha y mortadela con pimientos irritó hasta los nutricionistas, con razón, salieron a decir que eso no alimenta.
El decir que se subsidiaría el combustible pero solo para carros que no fueran de lujo causó otra revuelo. En la mañana escuché a un periodista, ansioso, preguntar en la radio cuáles marcas, de qué precio y de que año serían considerados carros de lujos. El se sentía ofendido de que no se tuviera consideración con la clase media panameña que se ha deslomado para comprarse “un buen carrito”.
En la interamericana están protestando los pueblos indígenas a los que menos les llega el progreso de que tanto alardea Panamá. Allí un productor trataba de negociar con una dirigente. Él pedía que dieran 10 minutos, cada tanto, para dejar pasar. Ella le pedía que entendieran su lucha. Él le decía que lo entendiera, él también tenía familia que mantener.
Los protestantes señalan el alto costo de la vida, pero eso es solo la gota que rebasóla copa.
La violencia no es la solución. La corrupción, el ‘¿qué hay pa mí?’, el despilfarro de los dinero públicos tampoco puede seguir siendo la costumbre.