Los periodistas amamos esas historias de éxito: la niña pobre que se graduó con honores de Harvard. O el atleta que entrenaba con galones de pinturas rellenos de cemento ¡y ganó una medalla olímpica! Esa última historia yo la escribí.

Pero lo cierto es que las historias de éxito tienen una trampa o varias. Casi nunca alcanza el espacio para contar todos los tropiezos que hubo antes de ese logro. O para dar contexto suficiente que permita a otros saber que ese éxito muy probablemente no se pueda replicar.

Esto lo estuve viendo con lupa en un taller sobre periodismo y educación dictado por la Fundación Gabo este mes. En educación nos encanta buscar esos ejemplos. Miramos a Singapur o a Finlandia soñando con replicar esos modelos. Y las autoridades educativas de esos países están muy dispuestas a enseñar lo que hacen. ¡Vengan esos ministros y ministras de Latinoamérica a aprender! Pero hay algo que no pueden dar en el paquete. ¿Adivinan?

Sí, nos faltan los finlandeses o los singapurenses. En educación no todo se trata de lo que pasa en el aula de clase. También hay que ver lo que ocurre afuera: en la comunidad, el barrio y la familia. No es para desmotivarnos que digo esto, es para que pongamos los pies en la tierra.

Podemos mirar hacia afuera, pero saber que hay que tropicalizar esas lecciones. También podemos empezar a mirar más cerca: qué hace Costa Rica o Colombia. Ellos están más cerca y compartimos una cultura similar. Y además de preguntar qué hacen bien, también sería bueno preguntar ¿qué intentaron hacer y salió mal? Del error también se aprende.

Y a veces cuándo uno está estudiando un tema, de repente te llega más información del mismo tema. Leía una entrevista sobre un experto adicciones -porque fue adicto y porque ayuda a otros a recuperarse- que también estaba en contra de historias de éxitos de celebridades rehabilitadas.

Una celebridad que puede dedicar por completo dos años a recuperarse de una adicción, no es lo mismo que una persona que tiene que trabajar de 8 a.m. a 5 p.m. de lo contrario no come, y también debe encontrar cómo rehabilitarse. Su historia no es como la de la gente que viaja en autobús a su trabajo a diario.

Y esto hay que decirlo, no para causar decepción si no para saber qué cada realidad es diferente. No podemos compararnos y cada uno debe encontrar su camino.