Esto no es algo que sirva para una foto en Instagram. Tampoco es algo que uno quiera contar en una videollamada con amistades. Eso no quiere decir que no esté pasando. Para muchas mujeres el haber estado, y seguir estando, pendientes de las clases virtuales que han recibido sus hijos durante la pandemia ha supuesto la aparición de ronchas debido al estrés. Y no en un sentido figurado.
¿Flojas? ¿Alérgicas? No, estas mujeres no son débiles ni estaban enfermas. Son mujeres. Y lo que les ha tocado no ha sido un pim pam pum. La pandemia, a las afortunadas, las dejó en la casa con la responsabilidad de su teletrabajo, la administración del hogar, incluyendo el qué vamos a desayunar, almorzar y cenar y encima les agregó las clases virtuales.
Repito que esas son las afortunadas porque a las otras no les quedó trabajo ni tele ni fuera, y ojalá su problema fuera pensar en las comidas.
Para quien no lo sepa, esas clases virtuales no se hacen solas. Si los niños son muy pequeños toca estar allí pendientes de que se conecten, resolver cualquier problema técnico, estar atentas de los mensajes de la maestra, vigilar que el niño tenga todos los materiales y, sobre todo, de que no se siente, recueste, de tal manera en la silla que termine dormido. Y si los alumnos son más grandes todavía hay que estar al tanto para evitar el susto de perder la fecha de entrega de las tareas.
Para algunas profesoras la virtualidad tampoco fue fácil. “Para obtener un vídeo decente de clase de unos 20 minutos, me tiraba cuatro horas.Tenía que hacerlo de madrugada cuando los niños dormían. Esto me ha supuesto un agotamiento total y mucho estrés” contaba una encuestada en un estudio que hizo la Universidad Complutense de Madrid con 1.691 profesores y que fue citado en el diario El País de España. Ese mismo estudio revela que los profesores varones escribieron y publicaron más artículos académicos durante la pandemia. ¿Que por qué sería?
El trabajo de ellas aumentó en casa. Las mujeres también dijeron más que compartían su computadora con sus hijos. Otros estudios durante la pandemia también demostraron que mientras los hombres ocupaban el estudio, u otra habitación apartada para trabajar, las mujeres lo hacían en la sala o en el comedor donde había más ruido.
De alguna manera se consideraban que papá debía estar en un lugar más concentrado y que mamá debería mantenerse en un lugar más céntrico con un ojo en los niños y otro, diría yo, en la lavadora y las pailas.
No es cosa de mujeres que se quieran quejar de todo y no es que esto es algo culpa de los hombres. Más que buscar culpables, lo importante es buscar soluciones y para ello es importante aceptar que tenemos un problema. La importante responsabilidad de cuidar a la familia y al hogar se divide mal. Es una tarea que debe ser compartida y no recargada en una persona solo por el hecho de que le tocó en suerte ser de un género.