Solo mata a los ancianos.  Ese mensaje fue uno de los primeros aprendidos sobre este vil virus. Algunos suspiraron aliviados. No era con ellos, pensaron equivocadamente.

Me atrevo a decir que hasta naciones se lo tomaron un poco con calma; al final los más perjudicados sería su población menos productiva. Craso error.

Mientras escribo esta columna, Panamá enfrenta números históricos en contagios y fallecimientos por el coronavirus. Son días difíciles, de incertidumbre, luto y temor, por mucho que se intente mantener la calma y la esperanza.

Después de aquellos que están en una unidad de cuidados intensivos peleando por su vida, quienes peor la pasan son nuestros adultos mayores. Les decimos que los queremos y protegemos, pero, sin darnos cuenta, con nuestras maneras (‘tengo encerrada a mi mamá’) les despojamos de su dignidad.

Desde antes del coronavirus, las personas de la tercera edad enfrentaban discriminación y, por supuesto, lidiaban con pensamientos sobre su independencia, finanzas y salud.

Salir a conversar con los amigos en la cafetería de siempre; comprar chances de lotería los miércoles y domingos; asistir a su cita médica; buscar, puntualmente, el cheque de la jubilación eran actividades que les permitían a los mayores coger fresco, echar cuentos. Todo eso de un porrazo se suspendió.

Para otros, las visitas de los nietos, abrazarlos y consentirlos era otro tónico de vitalidad. Tampoco se puede hacer eso.

Todos sabemos que es por su bien, pero ¿de qué manera se lo expresamos? ¿Con regaños? o ¿amenazas? Decir que las personas mayores vuelven a ser niños es irrespetuoso. Nunca se dice en un sentido positivo. Es una forma despectiva de señalar que requieren supervisión. Tenerles el ojo encima.

Qué falta de consideración para quienes tanto se esforzaron y sacrificaron por su familia, por nosotros, hasta por su país. Y se olvida que hay muchos que siguen aportando a sus comunidades o empresas, incluso en algunos hogares son los adultos mayores el sostén moral y económico de sus familias.

Sigamos cuidando y protegiendo del virus a los más grandes de la casa, pero sin olvidar su dignidad ni el respeto que se merecen. Es una consideración que se la han ganado.