Una mañana de enero de 2020, no recuerdo el día, la pasé junto a un grupo de profesionales en una capacitación. El instructor, en algún momento, nos invitó a compartir sobre nuestros sueños y miedos.

Tengo que admitir que este es el tipo de ejercicios que me pone un poco nerviosa. Más aún si hay que hacerlo en voz alta. Usualmente pienso bien lo que voy a decir y al final digo pasado por cinco filtros.

Tengo muy presente la historia de una de las mujeres que contó que había logrado un cargo muy alto en su empresa, pero siempre tenía dudas de su papel como madre. Salía muy temprano de casa y regresaba muy tarde por sus horarios y el tranque.

Su hijo estaba en la mejor escuela que ella podía pagar, tenía una buena nana que lo cuidaba pero se preguntaba si eso era suficiente: trabajar tanto para darle las mejores cosas, pero estar muy poco tiempo con él. A ella le dolía no disfrutar de verlo crecer.

Otro hombre, al que todos en la mesa llamaban jefe, contó que su verdadero sueño fue siempre dedicarse a la música. Tuvo una banda musical siendo joven, pero cuando llegaron sus hijos tuvo que escoger por un trabajo que pagara las cuentas.

Esto sorprendió mucho a sus subalternos que lo escuchaban; uno le dijo que siempre lo había visto tan seguro en su trabajo, que nunca lo imaginó haciendo otra cosa. Él continuó diciendo que era el precio a pagar por tener carro, pagar la hipoteca y las escuelas privadas. A su familia, dijo, él le daba una buena vida.

Aunque la capacitación y el expositor estuvieron muy buenos, para mí lo más impactante fueron esos relatos de los participantes. Esa reflexión sobre la vida que llevaban, buena pero no suficiente.

Semanas más tarde, participé de otra reunión entre mujeres. Para romper el hielo nos hicieron una pregunta: ¿que harías si tuvieras tiempo? Nos dividieron en pareja. Cada una la respondería a su compañera.

La persona que me tocó contó que le gustaría salir con amigas. Tenía tres trabajos, tres hijos, un ex marido (al que ayudaba económicamente) y cero tiempo para ella. Había perdido lazos con sus amigas. En un momento se le quebró la voz.

Después nos llegó el coronavirus. O mejor dicho, no enteramos que llegó. Todo indica que mientras yo estaba en esos encuentros, y usted estaba en sus cosas, ya el virus andaba entre nosotros.

Muchas veces me he preguntado qué fue de esas personas. Cómo el confinamiento habrá cambiado sus vidas. Seguro la mamá tuvo más tiempo para estar con su hijo; quizás aquel jefe retomó algo de la música que tanto le gustaba. Aquella profesional quizás debió dejar de correr entre varios trabajos.  ¿Habrá tenido tiempo para reconectar con sus amigas?

Tengo la esperanza de que en este encierro se abrió una puerta para ellos. Creo que para muchos de nosotros así fue.