Estaba yo desempolvando mi calendario — sí todavía uso los de puerta que me regala la sra. de la lavandería — y me encontré con una fecha más llena de polvo que otras: el 28 de diciembre, Día de los Inocentes.
Iba a darle una pasadita rápida con el limpión, pero no pude. El 28 me hizo un guiño y yo cometí el tremendo error de mirarle a los ojos. Cuando quise hacer como que no le había visto fue demasiado tarde. Me agarró y no me soltó hasta contarme toda su desventura.
¿Alguna vez se han encontrado con personas que tienen tiempo sin hablar? Bueno así estaba aquel día que este año cayó jueves, con unas ganas inmensa de ser escuchado. Sí, había comido en paila, diría mi maestra de segundo grado.
Me preguntó si yo recordaba sus días de gloria, sus épocas de donaire, lujo y esplendor. Por supuesto, le dije. Me consultó sobre si yo alguna vez me reí con una broma del Día de los Inocentes o si alguna vez caí en la trampa. Por supuesto que sí y varias veces caí y escuché aquella frase ¡inocente mariposa! cuando el Día de los Inocentes era muy popular.
Antes era común en esta fecha que los amigos se engañaran entre sí con travesuras inocentes. Dizque inocentes. Había colegas que prepararán sus mejores, lo correcto sería decir peores, bromas para aquel día. “Ve a recursos humanos, que te están buscando”, “¿Te acuerdas del informe que me diste ¿lo perdí? Hazlo de nuevo” o “¿Sabías que el departamento lo van a cerrar? Sí, nos vamos a quedar sin trabajo”. Algunas eran bromas espantosas.
La mayoría era tomada por sorpresa pues la fecha caía pasada la Navidad y poco antes del Año Nuevo. Todo el mundo, o casi, estaba pensando en otra cosa.
Lo mejor, o peor, era que los periódicos, radios y canales de televisión se sumaban publicando, a veces en primera plana, noticias tan absurdas que solo podían ser ciertas ese día.
Así no faltaba la broma de que algún famoso panameño se iba a retirar de la música, lo cual partía el corazón de sus fanáticos. También se insinuaba el regreso triunfal de leyendas del boxeo retiradas hace mucho tiempo.
Recuerdo la broma de que el Canal se iba a vender a un país extranjero o la de que el país ya no iba a usar el dólar. También se hablaba de la creación de impuestos inverosímiles.
El señor 28 de diciembre sonreía de oreja a oreja mientras yo recordaba aquellas hazañas con una mueca de espanto. Pero esa satisfacción no le duró mucho. Pronto se le vino a la mente su declive actual. Y es que las bromas poco a poco disminuyeron. Hoy el Día de los Inocentes ya no es ni sombra de lo que fue.
¿Qué pasó? ¿La gente ha perdido el buen humor? Me preguntó el sr. 28 de diciembre. Pero él mismo se contestó.
Los medios de comunicación dejaron de hacerlas porque muchas bromas trajeron confusiones y amargos sabores de boca. Después había que sacar réplicas y disculparse con los afectados. Se concluyó que era un flaco favor a los lectores y que la seriedad del medio se ponía en peligro.
El advenimiento de las redes sociales y las nuevas plataformas tecnológicas donde la gente constantemente accede a todo tipo de información, algunas muy inverosímiles, hizo parecer como niño de pecho aquellas bromas del 28 de diciembre.
Además, una conciencia más ética y sensible ha logrado que muchas cosas que antes se consideraban graciosas o chistosas hoy sean impresentables. Dan pena ajena. Nadie quiere acordarse de que alguna vez sonrió por eso.
No soy la única que se preguntó alguna vez cómo fue que el Día de los Santos Inocentes, que conmemora la matanza de niños ordenada por el rey Herodes, para acabar con Jesús, se convirtió en un día de bromas.
Por supuesto que el sr. 28 de diciembre se hizo el desentendido ante mi comentario y no quiso profundizar en el tema de su origen.
Y como yo tenía que ponerme a hacer otras cosas, y una de ellas era escribir esta columna, solo me quedó despedirme y decirle al 28 de diciembre que se relajara y no se preocupara por el humor en la humanidad. Eso nunca faltará. En este mismo momento alguien está preparando una broma y espero no caer en ella.
*Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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