El 8 de marzo, la embajada francesa y la Fundación Calicanto invitaron a un almuerzo en un restaurante del Casco Antiguo. Ambas instituciones tienen su sede en el área.
Ví a conocidas mujeres como Olga Sinclair, Alma Montenegro de Flétcher y a la líder guna Briseida Iglesias.
En la mesa que me tocó había ya una mujer de 30 o 40 años. Supuse que era una voluntaria de Calicanto y su programa Capta que trabaja con la comunidad y entre sus proyectos capacita a mujeres con pocas oportunidades y muchas necesidades.
La mujer sentada frente a mí me dijo que era egresada de Calicanto, en 2012. ¿Y qué aprendió allí? le dije: pensó antes de soltarme: “aprendí a ser yo misma”. Me contó que tenía seis hijos y un nieto, que era camarera en uno de los hoteles del Casco; sentí el orgullo en su voz. Soñaba otra vida mejor para sus hijos.
Siguió llegando la gente. El embajador de Francia nos explicó que hacían el almuerzo allí porque La Sexta es un restaurante en que practican y trabajan alumnas del programa Capta.
Además, el almuerzo proponía un diálogo sobre la igualdad de género; escuchar a mujeres de distintas disciplinas y a las beneficiarias de Capta. La mujer que minutos antes habló conmigo era una de las oradoras. Se disculpó por si se ponía a llorar.
Comentó que antes no habría tenido el valor para hablar, pero ahora sí lo tenía. Ya no se avergonzaba. Ella creció en un hogar rodeada de drogas y donde fue violada una y otra vez. Su voz se quebró y se hizo un silencio gigante en la sala.
Llegó a Calicanto de la mano de una amiga. No quería ir. Temía y desconfiaba. Contó cómo es juzgada por tener tantos hijos. Hoy tiene su casa propia. Sus hijos estudian y no crecen en las condiciones en las que ella creció. Para ella y para quienes la oímos eso era un gran logro. Estaba agradecida con Capta y con maestros como Nefthaly.
El profesor Nefthaly Montenegro, director del programa Calicanto, agregó que no solo enseñan a tender una cama de hotel o a poner una mesa; muestran a sus alumnas que ellas valen.
Con una anécdota, él explicó el dolor de esas mujeres y también la razón de que él, un hombre, formara parte de un programa para mujeres: “Había una alumna que me odiaba, sí, me odiaba. Un día, por algo que le molestó en clase, empezó a gritarme cosas horribles y yo la dejé porque me parecía que algo más había allí”. Ella luego se le acercó, se disculpó, y le dijo: “es que tú te pareces a mi padrastro, el hombre que me violó tantas veces”.
Ese mediodía escuchamos varias historias de vida, pero será difícil olvidar el esfuerzo títanico que hacen las mujeres de Capta por vencer la adversidad y los voluntarios que las guían y alientan.