Hace unos días fui a una cafetería donde el cobro por unos waffles y un café con hielo fue casi 16 dólares. Pagué con efectivo y la joven que me cobraba me preguntó sin mirarme si quería agregar el servicio a mi cuenta. Me sorprendió su pregunta pues generalmente te dicen eso cuando pagas con una tarjeta.
No se lo dije, y fue mi error, pero cuando entré a la cafetería junto a mi hija, quien era la que iba a comer, nadie nos guió hacia una mesa. Y nos quedamos buen rato de pie hasta encontrar una vacía. La chica que nos atendió demoró en presentarnos el menú. Pedí agua y nunca me la entregaron. Aclaro que me atreví a pedir agua porque vi en otras mesas vasos servidos. Un local se puede reservar el derecho de solo vender agua embotellada. Tampoco nadie se acercó a preguntarnos si estábamos bien o si queríamos algo más. Mi hija terminó de comer y como el tiempo iba pasando, me levanté a la caja para pagar.
Yo estaba apurada. No quería discutir con una muchacha que tampoco hace las reglas del local, pero debí preguntar: ¿cuál es ese servicio que usted considera merece una retribución extra?
Puede que esté equivocada, pero pienso que si vas a un restaurante, donde una gaseosa te cuesta el triple, ya estás pagando adicional por un servicio.
Se ha vuelto una costumbre, incluso cuando vas a recoger la comida en el restaurante, que te pidan con amabilidad, cierto, si quieres incluir el servicio. Decir que no, por supuesto, se entiende como que eres una persona mal agradecida o, peor, tacaña.
Lo que más molesta en esto es que algunos están muy urgidos por que le pagues adicional por el servicio, pero no por prestarlo.
Hace unos días en plaza Concordia me encontré con una sección de venta de comidas donde una mujer se me apareció diciéndome: “siéntese aquí, estoy para servirle”. Y su sonrisa, parte de su servicio, me decidió a quedarme.
Igual me pasó en el supermercado donde un joven, al observar que yo no tenía bolsas de supermercado, me acomodó los artículos para que pudiera llevarlos bien en la mano y al ver mis pies dijo: “tenga cuidado, lleva los cordones desamarrados”. Él no me preguntó si iba a darle propina. Por supuesto se la di.
Entiendo que todos las cosas cuestan más y que los restaurantes y sus empleados tienen derechos a unas ganancias dignas pero una propina no se exige, se gana. Pedirla o hacerte sentir que eres malvado por no darla es un error. Más que preocuparse por preguntarle al cliente si quiere dar propina, la preocupación debería estar centrada en dar un servicio de calidad que haga que todos quieran dar propina, recomendar y regresar al lugar.
* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.
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