Si para una cosa sirven los nietos es para hacer mandados. Por lo menos para eso éramos buenos cuando yo era niña. No me quejo. Bonitos recuerdos de mis veranos en San Carlos empezaron con la orden de hacer un mandado.

Orden. Porque la abuelita o el abuelito te llamaban y te decían: “anda a la tienda y cómprame una tapa de raspadura y un real de canela”. No te preguntaban si querías, si estabas ocupada, si era buen momento.

Pocas veces andábamos solos. Éramos la muchachera. A veces íbamos todos los primos a comprar pan para el desayuno de mañana o nos presentábamos donde la tía Paulita a comprar huevos cuando las gallinas nuestras no ponían, o íbamos a amarrar el caballo a un lugar donde el abuelito, que regresaba de Panamá en bus -eso siempre era los martes- lo pudiera encontrar y usar.

Cuando el sol bajaba íbamos al teléfono público para dejar una razón. Sí, así se decía: deja una razón con la tía tal o cual… no decías déjale un mensaje o un recado, esas eran palabras domingueras y de las telenovelas.

Las monedas para el teléfono, creo que eran 20 centavos, o el realito para la galleta, todo lo extraía mi abuelita Mercedes de una bolsita que llevaba en su seno. A buen resguardo.

No todos los mandados eran felices: desde que tuve como 10 años abuelito me mandaba a la tienda a comprarle cigarrillos. Hoy resulta escandaloso y hasta puede ser delito, pero en ese tiempo era normal. Tanto que una vez dije regáleme un cigarro y me regalaron uno, cuando lo que yo quería decir era carrizo. Me lo daba porque pensaba que era para algún adulto de mi casa. Creo.

Bueno, el asunto es que un verano llegué con la convicción de que abuelito debía dejar de fumar, por todos esos pulmones de foam que en la escuela me hacían pintar en el día antitabaco. Cuando me envío a la tienda fui y traje todo, pero no los cigarrillos. Él fumaba dos paquetes en un día. Mi abuelito se puso tan furioso y me regañó como nunca. No, no dejó de fumar.

Los mandados más felices eran los que hacíamos por nuestra cuenta: comprar duros, comprar galletas Cookie y bebida de naranjita en la tienda, comprar pan en la panadería artesanal de Papín y acompañarlo con té de hierba de limón, en el portal, mientras caía la noche y oíamos cuentos de brujas.

Parecía que teníamos libertad y confianza para ir por calles y montes de El Arenal, pero siempre abuelita estaba pendiente. “No se demoren y vayan con cuidado”.