La inteligencia artificial y yo nos llevamos bien. Es un recurso que facilita mi trabajo. Todo es azúcar entre nosotras hasta que le entra la pataleta y en vez de ayudarme quiere salirse con la suya.

La escena es la siguiente: estoy escribiendo con el teclado del teléfono, y delante de mis ojos veo cómo me cambia las palabras. Escribo ‘sra. María, usted puede...’ y me doy cuenta de que ha cambiado ‘sra’ por ‘dra’.

Sé que el mundo tiene muchos problemas. Sé que existe gente con sufrimiento inimaginable y que es una trivialidad que me ofusque un pobre corrector de palabras de un dispositivo tan necesario como lo es el teléfono, pero así somos los humanos. Bueno, así soy yo.

Hace unos días, cuando necesitaba comunicarme rápidamente con alguien, el corrector me cambiaba todas las palabras. Estaba comunicándome en esperanto (esa lengua desaparecida).

Insisto, cada vez que quiero escribir algo en mi teléfono, el corrector automático se empeña en que yo escriba un disparate.

No, miento. Le entra la necedad justo cuando más rápido quiero escribir.

Hace unos días terminé pidiendo un favorito, en vez de favorcito. Necesitaba informar que un proyecto se realizaría el próximo año y bueno, le quitó la virgulilla a la ‘n’.

Acabo de descubrir que llevo meses diciendo ‘Mariela’ en lugar de ‘Marieli’. Gracias, otra vez, corrector ortográfico automático. Aunque un poquito de culpa tiene Marieli, por no sacarme de mi error.

Lo más penoso de este enojo mío es que lo llevo sola. La inteligencia artificial ni se despeina por mis reclamos. Ella sigue haciendo la tarea para la que fue programada, que es ayudar a mejorar la escritura de nosotros, los humanos, que, para qué negarlo, a veces somos ultra descuidados con las palabras que escribimos.

Sé que los más expertos en estos chuches me dirán que hay una función para deshabilitar ese corrector y que bien debería invertir el tiempo en encontrarla. Pero tengo miedo de que el remedio sea peor que la enfermedad.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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