Mientras esperaba a que atendieran a mi papá en la Caja del Seguro Social para una cita médica, se me sentó al lado un señor. Me dio los buenos días y yo le respondí.

- Cuando ya uno no tiene 15 (años) los huesos no son iguales, me dijo. El debía estar cerca de los 70.

Me reí con su comentario. Y tal vez por eso se sintió en confianza de preguntarme si las terapias (fisioterapias, supongo) eran dolorosas. Le dije que podían ser dolorosas, pero que podía pedir algún medicamento, y que por nada dejara de hacerlas o no se iba a mejorar. Ustedes perdonen, a veces me da por dar consejos gratis.

Él estaba solo. Necesitaba comunicarse con alguien y no encontraba un teléfono público. Le ofrecí mi teléfono celular pero me dijo que no le iban a responder de un número que no conocían. “Mi hija está muy ocupada... ella también tiene dos hijas. No la quiero molestar”.

Pensé que a la hija de ese señor le dolería saber que su padre piensa que está demasiado ocupada para él. Aunque no conozco la historia de ese señor y su hija, sí conozco historias, montones, sobra sobre adultos mayores que se niegan a pedir ayuda. Que se sienten mal y no lo dicen hasta que sea demasiado tarde.

Mi mamá solía ser una. No quería molestar. Se caía y calladita. Le dolía algo y fingía estar bien. No importaba cuanta veces yo le decía: “mamá si no me dice que se siente mal y después queda en un hospital allí sí será molestar con letras gigantes”.

Con el tiempo me he dado cuenta que no solo tengo que pedirle a mi mamá que me cuente. Y ya me cuenta más. También tengo que encontrar el tiempo para que ella me pueda contar. Tengo que verla visitarla, conversar y notar lo que ella no me sabe decir.

Qué difícil es lograr algo que debería ser sencillo: estar para nuestra gente. Nos ha tocado vivir en la era del trajín. Siempre estamos muy ocupados.

Lo estamos para atender a nuestros padres. Y también lo estamos para nuestros hijos.

La entrenadora en disciplina positiva Analissa Williams tuiteo recientemente: “mamá, escúchame con los ojos. Dice un niño de 4 años”. Eso también lo dice una niña de ocho años, la mía. Si ella piensa que no le estoy poniendo atención, con todos los sentidos, me reclama.

Y creo que cuando somos grandes también queremos, en ocasiones, pedir eso: “escúchame con los ojos, con el cuerpo, con la boca… hazme saber que estás presente”. Y No esa forma de: sí, sí te estoy escuchando, pero estoy viendo el celular. Al crecer creo que se nos cae la cáscara de la valentía que tienen los niños. Ya no reclamamos, ya nos resignamos a que no nos presten atención. ¿no es eso lo que hacen las adultas mayores que no quieren molestar?

Queridas personas mayores del mundo, sobre todo aquellas que hicieron lo posible por criar y amar a sus hijos, no piensen que molestan. No piensen que son una carga. Menos para su familia.

Y al resto de personas adultas les digo, me digo, que debemos bajar las revoluciones y dejar de vivir como si nunca tuviéramos tiempo corre pa aquí y corre pa allá.

Está bien trabajar con empeñó. Está bien participar en comités, voluntariados etc. Pero tampoco debemos descuidar nuestro proyecto principal: la gente que amamos, la gente que nos ama.