Siempre he admirado a quienes tienen un don para lograr imágenes tan preciosas que no sería exagerado llamarles postales. Bien podrían estar en uno de esos imanes para la refrigeradora.

Yo sí soy experta, pero en tomar fotos donde alguien sale con los ojos rojos, así estilo de fenómeno paranormal; los botones desabrochados o con la boca abierta por un bostezo o por culpa de una empanadita de queso. Tampoco enfoco, ni encuadro bien.

No estoy dándome palo, estoy siendo honesta y a la vez hago un descargo de responsabilidad, en caso de que alguien quiera que le tome una fotografía.

Sé que la envidia es mala. No por nada está en la lista de los pecados capitales. Pero que lucha mantenerla a raya.

Tengo envidia de los que conocen su ángulo, saben cuál es la mejor hora del día para fotografiarse, huyen del contraluz como de la peste y ponen en práctica todos los trucos efectivos para lograr buenas fotos sin ser profesional.

Corrijo, tengo envidia de quienes conocen todo lo anterior y lo saben poner en práctica. Yo lo conozco pero no me pidan que lo aplique

Pero más envidia me dan aquellos que tienen la habilidad de tomarse fotos a sí mismo en diferentes momentos de su día, aunque estén solos. Sí, me consta que están solos mientras se toman esas magníficas imágenes que luego comparten en las redes sociales. No sé cómo lo hacen.

Cuando a mí me preguntan si estuve en alguna parte, y mi respuesta es afirmativa, rara vez puedo mostrarles una foto decente mía en el evento, congreso, seminario o viaje en cuestión. No me pidan eso.

A pesar de todo me esfuerzo desde que soy madre en tomar fotos a mi hija, alguna que otra me sale bien. Aunque últimamente mi pequeña, cada día menos pequeña, huye del torpe lente de su madre. Me temo estar entrando en esa fase en que los niños avanzan a la adolescencia y ya no dejan tomarse fotos.

Todavía puedo recordar cuando mi hija permitía que le tomara fotos haciendo cualquier cosa: desde estar en una fiesta de cumpleaños cubierta del relleno de la piñata, a estar recién levantada.

Creo que ahora empezaré a envidiar a las mamás que pueden tomar fotos a gusto de sus hijos, que pueden disfrazarlos, hacer sets fotográficos en la sala de su casa y sus niños se dejan retratar sin chistar.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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