Desde que la telefónica Claro fue comprada por la telefónica Cable and Wireless supe que tendría que ir a hacer un cambio en mi teléfono. El más básico: el intercambio del dichoso chip, en la agencia de la nueva empresa. Aunque hacer eso nunca fue prioridad en mi agenda, estaba allí como una tarea pendiente, algo en segundo plano, borroso, pero de lo que no podía escapar. Solo estaba dándole vueltas.

Después de ver muchos avisos —no me acuerdo ni dónde— de dos llamadas de un agente telefónico llamado John Jairo y de un mensaje de SMS recordándome de los beneficios que me estaba perdiendo por no ir a cambiar mi chip, pues me presenté a la agencia en un centro comercial. No por los beneficios, si no por sacarme el asunto de encima.

Después de 20 minutos llamaron al D 188 que era mi número, y la agente me atendió en cuatro minutos. Ella misma colocó el chip. Yo ya estaba pensando que iba a tener que pedirle a mi hermano ayuda o que tendría que yo buscar un tutorial para poner el chip.

— ¿Eso es todo?, le pregunté y su respuesta con cierta picardía fue: ‘Más fue la espera, verdad’.

Y ese mandado tan pequeñito me hizo recordar los miedos que se me han arremolinado en el estómago ante diferentes momentos de mi vida, pero que al final resultaron injustificados. La primera vez que me pidieron hablar en público ante muchas personas no pude dormir, soñando que me paraba frente al micrófono y se me olvidaba todo. Aquella vez que me pidieron participar de un panel de expertas, pero yo sentía que al lado de los otros expositores yo era una experta mantequilla.

Medio aprendí, porque todavía me cuesta aceptarlo, que es fuera de la zona de confort donde crecemos, que tenemos que experimentar lo nuevo para ver de qué somos capaces. Por supuesto que en mi primera vez frente al público se me enredó la lengua y se me olvidaron cosas. Pero nadie lo hace perfecto la primera vez.

Pasamos la vida sin atrevernos a mandar un email con una propuesta por el miedo al rechazo, pero que tal si nos aceptan la propuesta o nos dan una respuesta que nos ayuda a avanzar. Nos quedamos sin volver a la universidad porque ya estamos muy grandes, no tenemos plata, qué va a decir la gente de que estudiamos tal carrera. Pero lo cierto es que no nos vamos a hacer más jóvenes; el dinero sí se puede conseguir ¿y la gente? La gente tiene sus propios problemas; pobres de ellos si solo están para criticar.

En momentos más serios —cuando tuve que operarme, cuando mi hija nació prematura o cuando tuvimos que enfrentar el diagnóstico de cáncer de mi papá— me formé decenas de escenarios tenebrosos. Y si pasaba esto, y si pasaba lo otro, y si teníamos que lidiar con aquello.

La conferencista Margarita Pasos dice que en nuestra cabeza estamos todo el día lidiando con el malvado “Y si...”. Quizás si imagináramos el mejor escenario posible, nos angustiaríamos menos.

Hay quienes dicen que en la vida solo tenemos un día. El ayer ya se fue, el mañana no existe. Concentrémonos en lo que podemos hacer hoy. No importa que eso sea hacer el ridículo por primera vez para hacer algo nuevo.

Gracias por esa gente que se atreve a proponernos hacer cosas que ellos saben tenemos la capacidad de hacer, pero que nosotras nos resistimos.

Creo que el peor ‘Y si...’ será aquel que se nos presente en un par de años para preguntarnos ‘¿Y si te hubieras atrevido a hacerlo?’.