Para sumarse al comité de las críticas no hay que tener licenciatura ni agarrar ningún curso del Inadeh. Basta con que se afilie al coro de la iglesia, al club de Padres de Familia o al club deportivo de sus hijos.
Tarde o temprano en esos grupos le avisarán que hay que organizar una tarde típica, una feria, un pindín o cualquier otra actividad para recoger fondos, celebrar un aniversario o hacer una presentación: usted entonces finge demencia, los días en que hay que reunirse se queda en casa viendo la telenovela y que ni le pase por la mente la idea de llamar luego para ver cómo van las cosas y si se necesita ayuda.
Eso sí, el día de la actividad - si es que usted va- llegue fresquito recién bañadita con su radar caza defectos y empiece a decir con aires de superioridad:
— No hay suficientes sillas.
— Ay, no ¿eso es enrrollado de salchicha?
— ¿Quien fue el inteligente que pensó hacer esto un lunes?
— Y en el programa escribieron presentación sin tilde. Ni eso pudieron hacer bien.
Cuando a usted se le acaben las criticas, cosa poco probable, encontrará tres o cuatro más que al igual que usted no cooperaron — o lo hicieron a regañadientes— y ellos aportarán de su repertorio comentarios del tipo: “Oí que el puesto de soda es de la abuelita del tesorero, allí sacan su buena tajada”, “pusieron a una muchacha que ni sonríe a atender la taquilla”.
Tarde o temprano no faltará quien insinue que se malversaron los fondos (aunque la cuota era de dos dólares y solo el 50% pagó) y se dirá que hubo tráfico de influencias en la elección de los niños que participan en el acto cultural.
Una vez que usted comparta con todo el que pueda sus dudas y comentarios ácidos queda automáticamente nombrado en el comité de las críticas que es el que siempre funciona en toda organización. Nótese que sus integrantes no aparecen cuándo hay que contratar los servicios de la comida, alquilar las sillas, decidir si se hacen recordatorios o imprimir los programas. Si se les pregunta si quieren participar en la Junta Directiva dicen que no tienen tiempo para eso.
Solamente los que estuvieron metidos hasta el cuello en los preparativos saben por qué se cortó el presupuesto, se cambió el menú de pollo cordon bleu a salchichitas, se tuvo que pedir prestado el mantel blanco de la abuela Meche y por qué el programa se hizo a la carrera en la casa de la vocal.
Estas personas que sí pusieron el hombro reciben las críticas con muy mala cara — sobre todo si no durmieron la noche anterior terminando la decoración— . Además cae de la patada enterarse de las murmuraciones de la siguiente manera “por allí dicen que tu te encargaste de todo porque te gusta figurar”.
Algunos de ellos se sentirán tan ofendidos que saldrán de allí prometiéndose no meterse más nunca en su vida en un lío semejante y que la próxima vez se las arreglen como puedan con su pindín-baile-feria-congreso-concurso-competencia de natación o lo que sea que les ha hecho derramar lágrimas de sangre.
Al final de tanto dramatismo (es que no es para menos), los padres, socios o miembros responsables vuelven el otro año a meterse en el mismo revulú organizativo. Lo hacen porque no pierden la fe en que los del comité de las críticas esta vez sí se pongan a trabajar, y porque si no lo hacen ellos, quién.