Hay problemas que ni lo son. Casi que no hay derecho a quejarse por ellos. Pero allí están, como esa etiqueta que no se ha cortado en una blusa nueva, dando picazón.

El Día del Niño y la Niña, después de muchos meses, llevé a mi hija a un centro comercial. No podía faltar la visita a una juguetería para comprarle un regalito. Ella y yo miramos hasta que se nos cansaron los ojos. Todo era lindo, bello, tierno, hermoso y a veces tenebroso, a la vez. Mi hija no se decidía.  A una señora le oí resumir nuestro dilema: ‘ cuando yo era niña no había tantos juguetes’.

Así es. Hasta hace poco, cada año, había dos o tres juguetes de moda que todo el mundo quería tener con desesperación. Ahora hay 15. Y cada uno tiene una colección y nuevas temporadas. Sí, pues.

Yo sé que la variedad es buena, pero cuando hay demasiado de algo es un verdadero problema elegir.

El viernes pasado estuve casi 20 minutos tratando de escoger una película de una plataforma de streaming.  Iba a ver una que me recomendaron, ya iba a darle clic, cuando me di cuenta de que al lado estaba aquel filme de Sandra Bullock que aún no he visto; más abajo había otra muy buena que también me recomendado y al lado aparecía una  nominada al Emmy. Me fui en el gustito de mirar y buscar. Cuando me di cuenta era hora de dormir.  Apagué  y no vi nada.

Recuerdo esa simple, pero fácil época en que solo había dos canales de televisión. Qué emocionante fue que se agregara un tercer canal: el 13, que se promocionaba como el canal de las películas.  A veces había dos cosas buenas para ver a la vez. No sabíamos qué hacer. Sí, se que se está riendo.

Ahora hay plataformas digitales para oír música. En la época de las cintas uno tenía que rogar al cielo, o llamar al señor de la cabina, para que te pusieran tu canción. Ahora solo la tienes que buscar. Pero con tantas canciones no sabes cuál oír o  por dónde empezar.

En la pandemia me hice cliente del mini super cerca de mi casa porque era lo más práctico. Pronto descubrí el gusto de no tener tantas opciones para elegir. Había dos marcas de avena.  Tres marcas de arroz. Sí se me olvidaba algo solo tenía que caminar un pasillo. Hacía la compra rápido. Yo, fascinada.

Cuando tienes enfrente 10 marcas de jabón lavaplatos,  nueve opciones de pasta y 15 pasillos por recorrer te sientes abrumada. Corrijo: yo me siento abrumada. Otros están felices.  Demorarse en el supermercado nunca ha sido mi pasión, pero siempre me pasa si el lugar es grande y nuevo.

Con las películas me queda el malsabor de que hay otra película mejor que debería estar viendo. Eso por no mencionar que ahora hay tantas plataformas para ver películas que tampoco estás segura de a cuál debes suscribirte.

Sé que no debería quejarme, pero me quejo.