Cuando en algún noticiero aparecían vistas del Parque de los Aburridos mucha gente, incluyéndome, movía la cabeza subestimando bastante lo que allí pasaba. ‘¿Qué hacía esa gente allí?’ ‘¿No les daba vergüenza perder el tiempo de esa manera?‘, ‘¿Cómo puede haber personas tan vagas?’.
Antes de seguir, tengo que explicar que el Parque de los Aburridos es un lugar en el barrio de El Chorrillo donde se reúnen o reunían, que la pandemia nos cambió todo, personas a jugar dominó o a ver a los otros jugar. Esto lo hacían por largas horas y creo que casi todos los días. En un artículo del diario Panamá América del año 2002 encontré esta definición de ese lugar que me pareció acertada: Centro de entretenimiento y anécdotas.
La pandemia me ha dado tiempo para pensar que en ese parque ocurría algo bastante importante que se nos escapaba al resto, quienes mirábamos con el rabillo del ojo. No, no eran las apuestas. Me refiero al hecho de que las personas, en su mayoría hombres, estaban allí por la necesidad humana de reunirse y conversar.
Repito: reunirse y conversar. Eso es tan importante y es justo lo que la pandemia nos quitó al obligarnos a quedarnos en casa sin salir. Muchos no iban al mal afamado parque. No, qué va. Pero sí se reunían en las cafeterías de los supermercados u otros restaurantes. Iban a comprar lotería o a cobrar sus cheques de jubilación con la esperanza de saludar a conocidos y contemporáneos.
Los menos mayores tenían sus conversaciones en las cafeterías de la oficina, almorzando con sus compañeros de trabajo o en la parada de bus. Hay personas muy conversadoras que en cualquier lugar, ya sea el pasillo de los detergentes del supermercado o en la fila para sacar una cita en la Caja del Seguro Social, encontraban su momento para conversar con desconocidos. ¿Y nunca se subieron a un taxi con un conductor dispuesto a sacarle conversación fuera como fuera?
Conversar es una necesidad. Ser escuchados es una necesidad. Hasta los más solitarios, y a veces allí me incluyo, necesitamos establecer relación con otras personas. Necesitamos ser escuchados, ser vistos, reconocidos.
Lo veo en mi hija de seis años. Llegamos a un parque y si no hay niños no quiere estar. No es divertido deslizarse sola por un tobogán. Los niños buscan niños. Conectan con otros niños. Y eso que no se presentan, no se preguntan sus nombres, no miran que llevan puesto. Solo se acercan y empiezan a jugar juntos.
Los adultos olvidamos cómo era hacer eso. Nos da temor acercarnos o mejor dicho ser rechazados. Pero creo que este año último nos hizo ver lo importante que es relacionarse con otros.
En Panamá nos faltan espacios para reunirnos y conversar. Nos faltan parques con sombra y sillas. Nos sobran prejuicios para juzgar a los que se sientan a conversar porque, erróneamente, pensamos que la vida solo es trabajar y producir.
Hace muchos años mi suegra me dijo que estaba contenta de que yo estuviera con su hijo porque así íbamos a tener con quién conversar. Me tomó varios años entender el significado de sus palabras.