Hace poco tuve una visión de cómo serían mis próximos días de vacaciones. Me vi con una pipa bien fría a un lado y un buen libro del otro, mientras yo me derretía de gusto en una silla reclinable bajo la sombra. A lo lejos estaba el mar de Bocas del Toro. Así es como casi siempre imagino mis días de descanso. Solo varía el mar. Hasta que me devuelve a la realidad el ruido de la fotocopiadora.

Mis últimas vacaciones fueron para ir al dentista; pasar un par de horas en la Dirección General de Ingresos; intentar conseguir; sin resultados, una baldosa idéntica a las que tengo en el baño para emparcharlo y limpiar a fondo el armario. Saqué tres cartuchos de ropa. Ni al Causeway fui. ¡Qué Causeway! Ni a la Cinta Costera.

La expectativa que nos hacemos de las cosas nunca ve venir la cruda realidad. Pero eso ya lo saben.

Expectativa: Hacer un picnic un domingo en la tarde en el Parque Omar.

Realidad: ¿De dónde salen tantas hormigas? ¿Y que es ese olor a amoníaco que viene de ese árbol?

Expectativa: Qué sol tan maravilloso hace por esa ventana (viéndolo desde la oficina). Es una pena no estar afuera al aire libre.

Realidad: ¡Este calor no se aguanta! ¡Y la humedad! Por eso es que en Panamá es imposible caminar largas distancias a menos que quieras llegar hecha una sopa a tu reunión. Necesito una sombra. Mejor un acondicionador de aire.

Expectativa: Qué bien sería pasar una noche romántica a la orilla de la playa, mirando las estrellas.

Realidad: No se ve nada, pero siento algo. Vámonos, vámonos que nos van a comer los zancudos y las chitras. ¡Plap! ¡Plap!

Expectativa: Mira esos tacos en la foto. Se ve bien fácil esa receta. Vamos a hacerla en familia.

Realidad: ¿Ya se ablandaron los frijoles? Pica más menudito esos tomates. ¿El aguacate salió malo? Llevamos tres horas en esto. ¿También hay que rallar el queso? Mejor déjalo entero. Hace hambre.

Expectativa: Amiga, cuando tenga mi carrito vamos a poder ir a todos lados. Nos iríamos a Veracruz a comer pescao por la tarde cualquier día de la semana. Un carro te da libertad.

Realidad: Allá no podemos ir, allá tampoco, ¡por allá menos! Ninguno de esos lugares tiene estacionamiento. Yo solo uso el carro lo justo y necesario. El precio de la gasolina es muy alto.

Pero aunque la realidad siempre le da un sacudón a las expectativas, la vida sería muy pálida sin ellas. A pesar del dentista y los mandados yo de vez en cuando me evado a esa playa del Caribe.