Hace dos sábados — por razones que no me caben aquí— fui al edificio Hatillo y me topé con la comunicadora Sibila Ortiz.
“Roxana, ven, ven, que te estás perdiendo una charla buenísima sobre los congos”, me dijo. Ella estaba entre los organizadores.
Bien mandada, entré al auditorio Gladys Vidal, lleno de empolleradas y yo, en jean. Resulta que era el tercer Simposio de la pollera panameña, organizado por el profesor Eduardo Cano y la Junta Comunal de Bella Vista.
Para hablar del congo y de su pollera estaba Leticia Levy de Márquez, o Leti. En pantalla, detrás de ella, había un colorido grupo congo. “Por eso es que la cultura congo es viable, porque hay niños participando”, señaló.
En 2018, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), incluyó a la cultura congo y sus rituales como patrimonio inmaterial de la humanidad.
Los negros esclavizados que llegaron a Panamá, en la época colonial, crearon un mundo propio con música, lengua, ritos y vestuario (lo que sobraba y lo que le dejaban ponerse). Era una forma de expresarse y rebelarse.
Es fácil identificar su música y tambor. Pero hay que poner cuidado a la letra de sus canciones. Cantan a lo cotidiano: al amor, el desamor y a las focas. Hace muchos años, a una costa colonense, el mar trajo una foca. El pueblo la adoptó como su mascota, la gente le daba comida y los niños la acariñaban. Hasta que las autoridades ambientales fueron a rescatarla. El pueblo lloró a la foca que se marchaba con una canción, que la expositora nos cantó esa mañana.
Ella estaba descalza, un detalle que noté cuando contó que al bailar el congo tiene que sentir la tierra y el tambor. En los palenques tradicionales no hay cemento.
Explicó las diferentes polleras congo y recordó que se usaba la tela que había. Sin lujos. En su carro, añadió, siempre lleva sus polleras y su chupa, que es como una bolsa del congo. Siempre está lista.
El folclorista Cano le ha encargado encontrar una pollera centenaria. No ha podido. Y es que antes, en los hogares congos, con tanta pobreza, cuando la ropa se avejentaba se usaba hasta de trapo de cocina.
Tanto aprendimos en dos horas que del público se levantaron muchas manos, unas de Pacora y otras de Chilibre. Querían que Leti fuera a dictar charlas y les ayudara a revivir la cultura congo allá.
El profesor Cano, amable, aclaró: la única forma en que una tradición viva es que el pueblo, ustedes, la mantengan, gente de afuera puede ayudarles, pero de ustedes depende que siga.