Hoy en el supermercado vi a una madre comprar chicha de saril, ya hecha, “para llevarla mañana a la escuela”, le oí decir.

Ella y yo andábamos en lo mismo. Mi misión era la de encontrar quequi -galleta de coco con miel de caña, decía la etiqueta- para que mi hija llevara una comida de raíces afro para compartir en la escuela. Este viernes su salón de clases lo iba a dedicar al Día de la Etnia Negra.

Cada mes de mayo, incluso durante la pandemia, las tiendas sacan atuendos coloridos; sube la venta de cocadas y bollo de coco; aumentan las clientas en salones de belleza donde se hacen trenzas; empieza en los grupos de amigas la preguntadera sobre dónde conseguir o pedir prestado un ‘atuendo afro’.

Esto ha sido así en Panamá desde que en el año 2000 se hiciera un decreto de ley que señala el 30 de mayo como día cívico y de conmemoración de la etnia negra: “se celebrará en todo el territorio de la república con el propósito de resaltar sus valores y aportes a la cultura y desarrollo del país”, decía el texto.

Debo decir que yo nunca me he puesto ningún vestuario de los que llaman afro. Yo soy negra. Si bien, por muchos años me generó cierta suspicacia todo esto de vestirse afro en la oficina y comer cocada y torrejitas de bacalao tengo que aceptar que ha traído algo bueno. Muy bueno.

Pero estas celebraciones de mayo han contribuido a visibilizar la herencia afro entre los panameños. A que los niños tengan de tarea saber cómo llegaron las personas afrodescendientes a Panamá y cómo contribuyeron a las construcciones del ferrocarril y el Canal de Panamá, en el caso de la población afroantillana.

A través de esas tareas las familias también han revalorizado el legado de sus antepasados como algo valioso y de lo que sentirse orgulloso.

En mayo se dedica un día a las trenzas y el cabello afro es tema de conversación. Por mucho tiempo las trencitas no eran permitidas en la escuela, los cabellos afros al natural no eran bien vistos en los entornos profesionales.

Osaré decir que más panameños se reconocen afrodescendientes, y eso lo demostrará el último censo, porque ahora se habla y se celebra ese origen afro. Cuando yo era niña era frecuente escuchar: ‘hay que mejorar la raza’ o ‘tenía que ser un negro’. El racismo no se ha eliminado, pero hoy hay más gente consciente de que eso está mal y más gente dispuesta a señalarlo.

Sí, entiendo a los que critican esta forma de celebrar la etnia negra. Es verdad que no podemos quedarnos solo en las trenzas y buscando a última hora, y en oferta, vestuarios que todos sabemos no usaron los africanos que llegaron esclavizados a América.

Las personas afrodescendientes en Panamá enfrentan grandes retos: los jóvenes varones negros son detenidos y esculcados por la policía, por ser negros. Los lugares donde predominan poblaciones afrodescendientes experimentan precariedad; las mujeres negras tienen que lidiar con la hipersexualización que se hace de ellas.

Lo sé, no podemos quedarnos en la superficie, en el día de fiesta en la oficina y las fotos tiernas de los niños con sus vestidos.

Hay que saber que África no es un país, no todos se visten igual. Y las telas que nos llegan acá suelen ser las llamadas wax, un tejido inspirado en el batik de Indonesia que los Europeos llevaron al continente africano y sí, lo empezaron a usar allá pero no es de origen africano.

Hay que estudiar más sobre África, hay que enfocarse en los problemas de la población. Pero al menos hemos comenzado.


* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autor.

* Suscríbete aquí al newsletter de tu revista Ellas y recíbelo todos los viernes.