Mi hija ya tiene ocho años. Revuelvo la mirada en el departamento de ropa de bebé y me duele que ya nada de esa ropita bella se la puedo comprar. No le queda. Antes no se la compraba porque me parecía excesivamente cara y para ponérsela una sola vez no valía la pena. Ahora me arrepiento. Un consejo para las madres de bebés a las que se les va la mano con el sentido práctico: compren ese trajecito lindo aunque solo se lo ponga una vez.
Últimamente cuando la gente me ve caminar junto a mi hija siempre me dice: “¡pero qué grande está esa niña, ya casi te va a pasar!” o “¡uy, ya te quedaste chiquita”.
Sé muy bien que no todos me lo dicen con mala intención. Pero para aquellos que sí lo hacen, les notifico que se equivocan, no me molesta su comentario, porque a mí me encanta que mi hija esté creciendo y quiero que me alcance y me pase de tamaño.
Lo mismo va para aquellos que insisten en decirme, irónicamente, “ay, pero tu hija cómo se parece a ti”, (y hacen énfasis en el cómo) cada vez que la ven bailar, saltar o hacer una broma en público. Les repito que me hace muy feliz verla tener su propia personalidad. No tiene que ser introvertida, callada o moderada como su mamá. Eso a mí no me da pena ni me molesta, ¿cómo creen?
Y hablando de pena, ella ya está llegando a esa etapa de madurez en que cierra los ojos y niega con la cabeza cada vez que le digo un apodo de cariño. Los que tienen hijos conocen esos apodos melosos que uno inventa para sus hijos. Tengo una bolsa de esos nombres: ‘chichisona’, ‘cositinga’, ‘bebesona’... “No digas eso que me da pena, mamá”, responde mientras trata de escapar de mis manos de mamá pulpa. Me voy a aprovechar de que no lee esta columna para decir “¡cositinga de mamá!” Por supuesto, ella está creciendo y no solo por fuera. Tambien quiere ser más independiente y sentir que puede sola, a veces.
Por supuesto todavía es mi niña. Lo sé cuando me dice que tal o cual día fue el más grandioso de todos sus días porque hubo fiesta en la escuela, o cuando me pide que la acompañe al baño porque escuchó un ruido, o cuando agarra cuatro sillas y una manta y hace un campamento en medio de la sala. Si en ese momento le digo mi bebé ella asoma la cabeza entre las mantas y me dice con una arruga entre las cejas: “mamá, ya yo soy grande”.