Mi amigo S estaba contento porque su hijo había comprado en preventa una casita en Panamá este. Hace poco, triste, me dijo que lo de la casa ya no iba. Después de dos años de abonos, le dijeron que la había perdido, pues debía una letra.

Aunque su hijo reclamó y llevó el caso ante las autoridades, no logró mucho. El promotor había subido seis mil dólares las casas. Hay promotores de vivienda serios, pero también los hay que ofrecen un precio de preventa, luego lo suben y dejan sin contemplación fuera de carrera a los primeros compradores.

No les importa que gracias al dinero de esas primeras personas empezaron a construir. Pocas compras cambian tanto la vida y hacen tanta ilusión como la de una vivienda.

A mi colega N casi le pasó igual. Ella vivía en Las Mañanitas; cansada de los tranques, hizo acopio de todos sus ahorros, recortó sus gastos y se embarcó en la compra de un apartamento en Carrasquilla, un área más céntrica de la ciudad.

Después de tres años de ahorro y abonos le anunciaron un alza en el precio; ella se lo esperaba y tenía esto previsto. Pero luego empezaron a aparecer más trabas. “Si no le parece, le devolvemos su plata”. Fue la respuesta de la promotora.

Los apartamentos habían subido mucho de precio. A la promotora le convenía que ella y otros primeros compradores desistieran. La ley establece que las compañías pueden aumentar, cuando ocurren incrementos en los materiales.

Hay un mal uso de esta práctica. No es nuevo. Entre enero y septiembre de 2015 las promotoras inmobiliarias pretendieron cobrar 503 mil dólares en aumentos de materiales, pero tras inspeccionar, la Autoridad de Protección al Consumidor y Defensa de la Competencia determinó que esa cifra debía ser de 83 mil dólares, según una noticia de ese año del diario La Prensa.

Mi colega N subió y bajó muchas escaleras por meses, junto con otros compradores. Peleó hasta tener las llaves de su casa. Ojalá que la ética y las buenas prácticas fueran motivo de orgullo en nuestra industria de la construcción tan pujante.