Hace unos días entré a la farmacia y vi las caras más tristes del mundo. No era la de los compradores enfermos y espantados por los precios de las medicinas. El semblante largo era de los empleados porque era día de pago.

Sí, usted leyó bien. Escribí día de pago. La empleada más nueva no podía entender por qué le habían descontado tanto dinero de su quincena. El empleado, al parecer, más antiguo, le explicaba que eso le había pasado hace años y al recordarlo amarró la cara. Otra compañera lamentaba que no le habían pagados sus horas extras.

No quería yo interrumpir ese momento de desahogo que compartían, pero me tocó hacerlo para que me cobrarán un ungüento de mentol.

Me fui pensando muchas cosas. Hace unos días allí mismo me tocó ver a un dependiente, del otro lado del mostrador, indicándole a una cliente donde estaban unas curitas impermeables: “allí”, “¡arriba!”, “abajo”, “al lado”, decía él apuntando con el dedo y con la boca, al estilo panameño, pero ella no las veía. Hasta que por último él le dijo en voz alta: ‘señora ¡lea!’. Por supuesto ella no leyó. Agradeció y se marchó humillada.

Ese empleado debió haber salido del mostrador y ayudar a la cliente, en vez de avergonzarla. Pero si en ese comercio ni siquiera se preocupan por explicar bien a sus empleados cómo evitar descuentos, menos se ocupan de entrenar al personal.

Hay tantos negocios que han cerrado y tanta gente que quiere trabajar. Da lástima ver comercios abiertos sin empleados capacitados o con empleados que es obvio no quieren atender público.

Detrás de un dependiente grosero hay, muchas veces, un empleador que no entrena ni cuida de su personal. Los empleados también están tensos, preocupados por el virus o por que los despidan, por eso necesitan sentirse seguros y justamente remunerados. Si eso se hace, gana el negocio.

Antes uno podía darse el lujo de malgastar un real en cualquier lugar. Hoy cuesta más ganar el dinero. Se valora más cada centavo y donde lo gastamos.

Y no les voy a decir que las empresas se van a la quiebra solo por mal servicio, pero al no cuidar ese aspecto pierden lealtad, de sus empleados, y dinero que la gente gasta cuando le ayudan a encontrar lo que busca y se siente bien atendida.