Toda mi vida pensé que en San Carlos había un lugar llamado La Suba. La mamá de mis primos era de La Suba, al menos así ellos lo pronunciaban: todo pegado y sin ‘s’ al final. Adulta descubrí que era Las Uvas.

A veces vamos por la vida creyendo lo que no es. Y casi ni nos afecta. Casi. Una amiga que dizque, así dice ella, cuida lo que come me preguntó espantada si yo sabía que las donas o donuts ¡se freían! Ella pensaba que se asaban. Por si acaso, le advertí que los churros tampoco se asaban.

Mi madre por mucho tiempo disfrutó los domingos de las corridas de toros en un canal de televisión por cable mexicano. Ella que ni se conmueve ni se despeluca por cualquier cosa, un día me dijo: “¿tú sabías que a los toros los matan al final de la corrida?” Al parecer, siempre había visto la corrida hasta la mitad y no se había percatado cuál era su triste final.

En mi carrera de periodista he descubierto que muchas cosas no eran como yo creía, por ejemplo el origen de ciertas personas. En los años 1980 yo, y todos los niños, disfrutábamos del programa de juguetes El Castillo del Millón con Blanquita Casanovas. Adorábamos a Blanquita, ¿sabían que era argentina? Muchos artistas y gente de la televisión eran extranjeros o de padres extranjeros. Pero por alguna razón eso no era lo que veíamos en ellos. Los espectadores veíamos su talento.

Hoy hay quienes buscan un enemigo para todos odiar, y a la vez ser ellos los que supuestamente nos van a salvar de ese enemigo. Entre esos señalan a los extranjeros (inserte aquí efectos especiales), pero desconocen que en Panamá casi todos tenemos un antepasado que vino de otra tierra.

Podría mencionar a varios vecinos y colegas notables, pero como usted tal vez no los conoce voy a nombrar a otros. La doctora y escritora Rosa María Britton era hija de un cubano. El genio de la música, Rubén Blades, es de padre colombiano. También era colombiano el padre de Omar Torrijos, quien firmó los tratados Torrijos Carter para devolver el canal a Panamá.

Entre los jinetes legendarios hay un panameño llamado Laffit Pincay Jr. y su abuelo era ecuatoriano. No habría existido un Manos de Piedra Durán sin su papá, que vino de Estados Unidos a trabajar en la Zona del Canal.

Sé que hay muchos nombres más que agregar a esta lista. El que nuestro país y mucha de su gente valiosa se alimente de otras culturas no es signo de debilidad, más bien es nuestra fortaleza.