Hace unos días quedé con una artista para entrevistarla. Nos citamos en un café que ella sugirió. Llegué temprano y fui al mostrador y miré el largo menú en la pared. ¿Desde cuándo un café negro cualquiera cuesta 2.50 dólares?
Yo entiendo que un café que gana premios no me lo van a vender a un dólar, pero ahora en todos los lugares hasta el café más pelandrusco es caro. Y como dice un amigo, a veces no duele tanto lo caro, sino que el sabor sea malo.
Miré largo rato hasta encontrar algo que decía café del día a menos de 2 dólares.
— ¿Qué es el café del día? Le pregunté a la amable dependiente que ya no lo era tanto. En su cara pude leer “¿y usted viene aquí a pedir el café más barato?”.
Pues sí, le respondí con mi mirada. Y ni tan barato era. Si mi abuelito que usó el medio cuartillo supiera que pago casi dos dólares por un café negro se vuelve a morir.
La dependiente, sin muchas ganas, me explicó que era un café negro. ‘Obvio’, pensé. Y que era a veces muy fuerte y a veces no… Me pareció que quería desanimarme, pero mi respuesta fue ‘deme ese’.
— ¿Qué tamaño? Me preguntó, mientras me señalaba unos vasos gigantes.
— El más chico. Le dije. Otra vez noté la desaprobación en sus ojos.
Ni siquiera me preguntó mi nombre para escribirlo en el vaso de cartón, cosa que suelen hacer y que no me gusta. A veces para rebelarme invento nombres, aunque después no me acuerdo y quedan llamando a gritos a la falsa yo.
La verdadera yo no tiene pena de fijarse en los precios o buscar en el rack de las rebajas. Tampoco me da pena devolver en la caja algo que en el estante decía que costaba 2 dólares y luego resulta que cuesta 5 dólares. Antes me avergonzaba, no quería parecer que no podía comprarlo.
A estas alturas de mi vida tengo más dinero, pero no lo quiero gastar mal. ¿Qué voy a aparentar? Y con esa seguridad me defiendo de algunos vendedores que me quieren hacer sentir mal porque pregunto por el precio.
Cada centavo vale. O acaso en alguna tienda el de la caja registradora le ha dicho: “si le falta un dólar no se preocupe, por política de la empresa se lo dejamos pasar y el almacén pone la diferencia”.