El miércoles 10 de noviembre, en la tarde, fui con mi familia a dar una vuelta por Ciudad del Saber. Al llegar vimos un montón de banderas acariciadas por el viento. Tal espectáculo nos atrajo, quisimos detenernos para sacar fotos. Nuestro aspecto no estaba para eso. Andábamos cubiertos de pintura hasta en las cejas pues veníamos de una actividad de voluntariado. Pero quién lo iba a notar.
No nos habíamos terminado de estacionar cuando nos dimos cuenta de que no éramos los únicos. Había un montón de carros estacionados de prisa a orilla de la calle. Todos atraídos por la belleza de esas 300 banderas puestas en cuidadoso orden.
Vimos una niña vestida de montuna, con falda de zaraza azul y un tembleque junto a su moño; iba acompañada de su mamá que la admiraba feliz. Cerca estaba otra familia con una chiquitina, apenas caminaba, con pollera blanca y una banderita de Panamá en su mano.
A lo lejos pude ver a un grupo de tres personas con un globo dorado en forma de número seis, seguro alguien cumplía años. También había dos adolescentes, varones, parecían recién salidos de casa: bien peinados, lucían camisetas rojas de fútbol de la marea roja y jeans.
Todas esas personas, al igual que nosotros, estaban allí para admirar el lugar y tomarse fotos. Unos, solo con las cámaras de su celular; otros, con pantallas y lámparas profesionales. Ninguno tenía que hacer fila ni violar el distanciamiento social. Entre una enseña y otra sobraba espacio.
La tarde estaba tan coqueta. Las banderas recibían alegres besos del viento. Le dije a mi hija ‘ponte allí’ para la foto, pero ella tenía varias ideas de cómo quería salir y posar. Apoyó su manita en el asta de una bandera, triunfante.
Desde el año 2004 Ciudad del Saber hace la Siembra de Banderas en vísperas del mes de noviembre. Es un homenaje a la poco conocida Operación Soberanía de 1958. Comparado con los hechos del 9 de enero ni se le recuerda, pero su significado es grande.
“El 2 de mayo de ese año, 25 estudiantes de la Universidad de Panamá (incluyendo tres mujeres) ingresaron sin permiso -osadía juvenil- a la Zona del Canal para sembrar 75 banderas panameñas en las áreas verdes, incluyendo una más grande cerca del edificio de la Administración del Canal”, según se lee en la nota firmada por el periodista Helkin Guevara, en La Prensa, quien en 2018 entrevistó a Vladimir Berrío-Lemm , investigador de historia y presidente de la Comisión de los Símbolos de la Nación.
Aquellos jóvenes se atrevieron a lo impensable: entrar a la Zona sin permiso y sembrar banderas. Cada detalle debió ser bien planificado y trabajado. Ni siquiera era fácil conseguir banderas. En aquellos años no era cuestión de ir a Ave. B y comprarlas por docenas.
Estados Unidos, que no esperaba tal acto, las recogió y devolvió, en su mayoría. Muestras de esas banderas se pueden ver en el Museo del Canal actualmente.
Aquellos jóvenes reclamaban la revisión del Tratado del Canal de Panamá, que cedía a perpetuidad -para siempre- 1432 km2 de territorio panameño a Estados Unidos. La hazaña juvenil se sumó a otros esfuerzos que obligaron a Estados Unidos a reconocer, al menos en el papel, que las dos banderas, panameña y estadounidense, debían izarse en la Zona a la vez.
Pronto se vio que ese ni otros acuerdos serían cumplidos por los zonians. Los panameños y sobre todo los jóvenes siguieron intentándolo. Por eso ocurrieron las protestas del 9 de enero. Allí la gota que rebasó la copa fue la ofensa a la bandera panameña, no se izó en la Zona y en el forcejeó resultó rota.
Hoy que podemos entrar y salir de las áreas que rodean el Canal, quizás cuesta entender todo este empeño. Colocar esa bandera allí era un triunfo cargado de significado esta tierra es panameña. Por eso los zonians no la querían.
Decían aquellos jóvenes quienes siembran banderas cosechan soberanía.
De vuelta a 2021 les cuento que entre aquel mar de banderas estuvimos menos de cinco minutos. Más gente seguía llegando. Un hombre joven en pantalón corto y con suéter rojo se sentó en la grama y se tomó una foto, llevaba hasta un trípode para su celular.
Atrás quedaron las luchas por la soberanía, pero la siembra de banderas debe seguir. Al escoger, tanto como podamos, un actuar recto y justo en nuestras acciones estaremos rindiendo honor a esa bandera. Es lo menos que nos toca en agradecimiento a aquellos que tanto arriesgaron y ni pudieron verlo: un país soberano que nos ha sido dado, no en regalo, si no en préstamo para apreciarlo y cuidarlo.