Cuando la señora Sónico se comunicaba con el señor Sónico a través de una pantalla para pedirle leche del supermercado o para reclamarle cualquier asunto familiar del año 2060, en la serie de dibujos animados los Supersónicos, los niños, como yo, mirábamos fascinados y soñábamos con un futuro en que eso fuera posible.
Nuevamente queda demostrado que hay que tener cuidado con lo que uno desea y es que esa tecnología del futuro ya entró a nuestras vidas y no es tan graciosa como creíamos. Por lo menos, no siempre.
Otra cosa es si tienes familia en otro país o si la llamada posibilita ver a los nietos que no se pueden abrazar en la cuarentena. En esos casos es muy bienvenido el poderse ver en una llamada.
Al principio creí que era cosa mía esa cierta incomodidad. Pero en estos últimos meses he visto varios ejemplos de personas que están hasta aquí (no pueden verme, pero estoy tocandome la coronilla) de las llamadas por video.
Hace unos día un experto comentaba en un artículo, sobre ansiedad digital, que no entendía porque los periodistas que antes lo consultaban y entrevistaban por teléfono ahora querían hacerlo siempre a través de una videollamada. ¿Para qué?
En mi caso, debía ponerme de acuerdo con una consultora en bienestar para una conferencia que ella iba a dictar por Zoom y yo iba a presentar, cuando le pregunté sobre cómo hacíamos la entrevista previa me dijo: “por favor, no por video. Así descansamos”.
Es cierto: cansa. Cansa porque tienes que verte siempre atento, cansa porque sientes que la otra persona te mira constantemente y tú también te miras en la pantallita: ‘Casi no me veo, qué poca luz tengo’. ‘Tengo mucho brillo en la cara’. ‘De fondo ¿tengo todo ese desorden?’ Demasiada información que procesar.
Cuando asistes a una conferencia estás allí, en la primera fila o en la última, pero a veces desvías la mirada u honestamente se te aleja el pensamiento a: ¿será que desconecté la plancha? Pero si estás entre el público de un Zoom con la cámara encendida eres observada todo el tiempo: ‘¿luces aburrida, interesada o te caes de sueño? Todo eso alguien lo está mirando.
Y por mucho que nos quejemos de las limitaciones del teléfono, lo cierto es que antes de las cámaras, una podía contestar una llamada estando recién levantada, con la marca de la almohada en un cachete, y a la pregunta: ‘¿te desperté?’ sin reparos, podía responder: ¡no! Podías salir corriendo del baño y tomar el teléfono; podías hacerlo mientras ponías pausa a tu fragorosa jornada de oficios o mientras te ponías una mascarilla de arcilla en la cara. Y aún así sonar bien, animada y contenta de recibir la llamada. Pero si hay una cámara de video no es posible, quedamos expuestas.
Así que a veces entiendo a aquellas amistades o familiares que nunca, nunca contestan las videollamada. No los llamo por allí, sin previo aviso, porque sé que no están.