Como bien lo ha expresado Julieta de Diego de Fábrega en “Del Diario de Mamá”, Panamá lleva años eligiendo no al mejor presidente, sino al que le parece menos mal o aquel que es la opción ante un mal mayor.

La sociedad panameña se ha polarizado entre dos bandos: uno que se indigna ante el lema “robo, pero hizo”, y otro que insiste en que los políticos siempre han robado y si hay que escoger hay que irse con el que pueda generar dinero para el país y ponerlo en el bolsillo de todos. sin importar lo demás.

Hay muchos Panamá, pero hoy quiero mencionar dos: está el de las oportunidades, de las escuelas donde el inglés se aprende sin acento, el de los rascacielos y el de atención de salud sin filas, siempre y cuando puedas pagarla.

Y está el Panamá de tres horas en tranque para ir al trabajo, el de esperar el carro cisterna para tener agua, el de las escuelas donde los niños van una semana sí y otra no porque las aulas no alcanzan, el de pasar cuatro horas en el Seguro Social, y no siempre con sillas, para esperar una cita con un especialista de hematología. Esto último lo he vivido.

Esos dos Panamá no se conocen entre sí, casi nunca se hablan. No se entienden. Pero es la tarea de quienes gobiernan conocer uno y otro Panamá. Acercarlos. Reducir la inequidad y la desigualdad porque es lo justo y porque es lo que garantiza la paz social.

Ojo, que el hecho de estar en uno u otro Panamá no es lo que te hace mejor moralmente. Debemos empezar por reconocer eso.

Los países que mejor han cerrado esta brecha no son aquellos que se han quedado enredados en una lucha de clases y de odios. Si no aquellos que han logrado un acuerdo de confianza donde los ciudadanos, entre otras cosas, pagan con gusto impuestos porque saben que ello se invertirá en buenas escuelas y salud para todos.

Panamá es un país pequeño, abundante de recursos de todo tipo. Bien administrados, pueden permitir que los panameños y quienes han escogido Panamá como país tengan un mejor acceso a agua, atención médica que no les cueste un ojo de la cara, educación pública de calidad y transporte adecuado.

Por muy diferentes que sean los Panamás, en ninguno de ellos la gente quiere heredar para sus hijos un país de desconfianza y de sálvese quien pueda. Alli, aunque parezca lo contrario, no gana nadie.

Cientos de miles de personas votaron por un cambio en la Asamblea y en sus autoridades locales. Celebro ese cambio, pero también entiendo que no existe magia que pueda transformar de un día para otros ciertos sistemas burocráticos, ciertas mañas y costumbres clientelistas.

El trabajo de cambio no es solo de los políticos. Nosotros, los ciudadanos, también tenemos que cambiar. Si bien es cierto que una buena educación también ayudaría a tener ciudadanos que paguen sus impuestos con gusto (y lo harán más si saben que son bien usados), que no desperdicien agua, que no tiren basura a la calle, que paguen a sus proveedores a tiempo y que si venden al gobierno no acepten poner sobreprecios para ganarse el contrato; muchas conductas ejemplares podemos empezar a practicarlas ya.

Un cambio en ese sentido, ayudaría a tener más ciudadanos interesados en participar en el gobierno no por la rapiña, por trabajar y aportar para un mejor país. Creo que eso ya lo estamos viendo.

El trabajo de que Panamá sea mejor es de doble vía, de los ciudadanos y de los que manejan la cosa pública. Vamos a ponernos en ello.

No basta con señalar a los que lo hacen mal, debemos examinar si nosotros estamos haciendo todo lo bien que podríamos.

* Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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