Hace menos de cinco minutos he mandado a la Revista Ellas el artículo que me correspondía para la semana pasada. Ya verán el lío que formé con el calendario. Luego de poner el punto final al texto en cuestión, no solo no quedé tranquila, sino que los nervios, que usualmente no tengo, se me subieron a la garganta.
Así pues, decidí que antes de que la mente se me volviera a enredar como un macarrón, sería prudente escribir el artículo para la próxima semana. Aquí estoy pues, hurgando en el fondo de mi cerebro a ver qué se me ocurre para tener en la canal un texto que me salve de cualquier lapsus mentis que pueda surgir de aquí a la próxima fecha de publicación de esta columna. Aunque mi principal preocupación es que esos lapsus se repitan.
En medio de la angustia entro a confirmar que puedo usar el término lapsus mentis y que no me lo he inventado —ya saben eso que de tanto oír un término uno piensa que es correcto cuando no lo es— y adivinen qué ¡eureka! No solo encontré el mentis sino varios lapsus más, que confieso no conocía. Me desvié de mi texto, lo acepto. Es algo que me ocurre con frecuencia cuando entro a navegar por el universo de la Internet buscando alguna cosita.
Entre las formas de decir esto mismo en español encuentro que se usa “un resbalón de la mente”. Mmm… me sigue gustando más usarlo en latín, se siente bien la pronunciación y resbalón suena a piso mojado y caída aparatosa que no me hace para nada feliz.
Más adelantito me cuenta la Wikipedia sobre el lapsus calami que es el mismo patinazo, pero en la escritura, siendo que calami viene de cálamo nombre de pluma de ave que se usaba para escribir. Yo podría decir que a mí me ocurre eso con frecuencia. No porque escribo algo incorrectamente, sino porque mi caligrafía se ha degenerado a tal punto que las enes parecen ues y las aes parecen enes y así sucesivamente. En términos generales necesito un perito calígrafo para descifrar lo que yo misma escribo.
Luego aparece el primo hermano del lapsus calami que es el lapsus clavis, término que se aplica a los errores que ocurren cuando el texto es mecanografiado. ¡Ufff! Errores de dedo los tengo por montones, sobre todo en el teléfono celular porque nadie ha creado un teclado en el que quepan mis dedos. Además, el corrector automático me cae gordísimo y no lo activo porque odio que un teléfono me quiera obligar a decir algo que no quiero decir. En la computadora pues con un par de backspaces corrijo la metidita de pata.
Cuando llego al lapsus linguae me pregunto si eso será lo que le pasa a los borrachitos que, en lugar de llamar a su esposa por su nombre, lo hace por el de la exnovia. En verdad no hay que estar borrachito para hacer esa metida de pata, hay quienes la cometen totalmente sobrios. Y los políticos tienen lapsus linguae a cada rato. No tengo que explicar más.