En esta travesía he conocido a mucha gente; cada una tiene su particularidad, pero no cualquiera me causa una impresión en el corazón.

Hace poco conocí a una pareja en el consultorio. Yo estaba en pleno tratamiento y se me acerca la enfermera y me dice: “¿puedo presentarte a alguien?”, y yo, medio borracha de los medicamentos, le digo: “¡claro!”. Inmediatamente se asoma a mi cubículo una pareja de esposos bastante joven; su mirada me indicaba que algo pasaba, pues estaban más que tristes, acongojados. Claro, le acababan de decir a ella que debía pasar por quimioterapia, cuando el diagnóstico inicial hacía unos meses había sido que con el retiro del tumor bastaba. Estaban tan asustados y con tantas inquietudes que no sabían por dónde comenzar; tenían tantos miedos que no se atrevían ni a mirarme.

La enfermera me los quería presentar con el fin de que vieran que el tratamiento no era tan terrible como la gente decía y que trataran de aclarar las dudas que les acosaban en ese momento. Comenzaron a preguntarme algunas cosas y yo traté de contestarles todo lo que podía en el poco tiempo que estuvimos juntos, pero sé que me faltó mucho más; quería ayudarles, pero el medicamento me estaba tumbando, hasta que poco a poco me dormí. Sin embargo, hubo algo que me llamó mucho la atención. Mientras ella me hacía algunas preguntas, su esposo no dejaba de contemplarla; estaba sumido en ella… su mirada estaba tan triste, pero a la vez era tan dulce verlo, que se notaba que el dolor y la incertidumbre que sentía su esposa él también la estaba sintiendo. Podía ver en sus ojos que sentía que su amada esposa se le iba. No comprendía lo que estaba sucediendo, quizás estaba en el shock inicial, que es perfectamente normal después de una noticia como esta. Lo primero que les dije fue: “sigan a María Antonieta, porque estoy segura de que encontrarán algunas respuestas”.

Noté que él es policía de la aeronaval pues estaba en uniforme. Uno se imagina a los hombres en uniforme fuertes, imbatibles, inquebrantables; sin embargo, yo veía a este esposo que se le desbordaba el amor por ella y que estaba dispuesto a hacer lo que fuera para que ella estuviese bien. Pocas veces he conocido a parejas como esta. Conozco hombres invaluables como mi esposo, mi papá y mis amados cuñados, pero tenía tiempo de no ver el amor a flor de piel.

Hoy quiero dedicarle esta columna a los esposos. A aquellos que nos acompañan con amor, que nos cuidan con devoción y sienten a la par nuestras tristezas y alegrías.

Quiero dedicarle esta columna a cada uno de esos matrimonios que en momentos como este se fortalecen haciendo valer las promesas que en algún momento se dieron. También a aquellos que se disuelven por no poder sobrellevar una enfermedad o una pérdida; porque a pesar del inmenso dolor que pueden causarle a la persona que vive este doble duelo, también tienen la oportunidad de encontrar el verdadero amor; el amor a la vida…

Quiero dedicarle esta columna a esa pareja maravillosa, porque sé que va a salir adelante, pues eso también lo vi en sus ojos. De alguna forma me siento atada a ellos. Siento la responsabilidad de que quiero que estén bien; quiero transmitirles que aunque los cuerpos son diferentes y la sintomatología es distinta para cada una, van a poder sobrellevarlo; que esto no es una sentencia de muerte y que tenemos un buen pronóstico.

Decirles que no importa que el cabello se caiga y que cualquier cambio físico que tengamos es temporal. No es fácil el proceso, pero pasa, y podemos manejarlo. Que pueden besar a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres todo lo que quieran, y que el amor que ustedes se profesan será el bastón que permitirá soportar todas las desavenencias. Hoy quiero decirles también que al tener un camino recorrido confíen y se apoyen en mis palabras, que aunque no tengo todas las respuestas, ya pasé por la primera parte. Que les deseo de todo corazón que se sigan acompañando, que sigan fortaleciendo los lazos de amor que hoy los unen, porque estimados, esa bendición no la tienen todas las parejas. Que hoy tienen la oportunidad de vivir, entender y conocer una fase del amor que ustedes no habían conocido, y que será una cadena inquebrantable que los unirá toda la vida.