Ante todo, quiero que sepan que siempre me hago los exámenes anualmente, tanto mamografía como ultrasonido, desde que cumplí 40 años.
El año pasado me hice el examen de control en marzo, todo normal, pero por una razón que desconozco (quizás un ángel de la guarda escondido o el bombardeo de la campaña de la cinta rosada), decidí repetirme el examen en octubre (que solo me valdría 10 dólares que era el copago que tenía que pagar por mi seguro privado).
Fui exactamente al mismo centro médico que he ido tooodos los años, con el mismo radiólogo. Mientras me hacían el ultrasonido, entre bromas y demás, le pregunté al doctor cómo se ve en la pantalla algo que es maligno. Al hombre le cambió inmediatamente la cara y me dijo: “señora, le tengo que hacer una biopsia”. Le contesté asombrada: “¡¿What?! ¿Cuándo?”. “Lo más pronto que se pueda, véngase la otra semana”, me respondió.
Yo, en mi ingenuidad, me fui convencida de que era un chequeo más profundo, pero en realidad, cuando un médico con experiencia te dice algo así lo que está es confirmando su premonición. Regresé el martes siguiente a efectuarme la biopsia. El lunes siguiente fui a la oficina y al mediodía fui a retirar el sobre con el resultado. Me llamó la atención de que la secretaria del centro tenía por lo menos 15 sobres con resultados de biopsias. Tomé el mío y me fui directo para el Santísimo de la iglesia de Guadalupe. Me senté allí con el sobre a mi lado. Le pregunté al Santísimo: “¿y ahora qué’?. Si es positivo, ¿cuál será el plan? Les confieso que mi fe en esos momentos estaba muy endeble, no sentía nada…
Me llevé el sobre para el carro y allí en los estacionamientos de la iglesia lo abrí. “Tumor maligno, cáncer en fase II”, decía… Tuve que leerlo varias veces para digerirlo. Lo primero que hice fue llamar a mi partner en la oficina, in shock, después llamé a mi esposoin shock. No podía creerlo. Me fui para la casa llorando todo el camino casi en un episodio surreal.
Toda la vida le había tenido miedo a tres cosas: a la palabra cáncer, a que se me cayera el cabello y a que se me cayeran los dientes. Check puntos 1 y 2 (espero que el 3 sea cuando tenga alzhéimer). Pero el plan que nos tiene la vida a veces nos da una sacudida y nos dice: “no, no, no, no es por allí, ¡es por acá!”. Nunca tuve miedo ni pensé en la muerte, pero confieso que me puse muy ansiosa.
En las noches no podía dormir porque mi cabeza comenzó a trabajar en todo lo que venía. Me preguntaba: “¿Qué hago con esto? ¡Tiene que tener algún mensaje!”. Se me ocurrió entonces crear una cuenta de Instagram para contar mi historia, pero “¿cómo la llamo?”, “¿qué logotipo usaría?”, pensé. Inicialmente, no quería que saliera mi cara ni mi nombre. Una madrugada igual que como cuando uno recibe un chispazo, se me ocurrió: “se va a llamar María Antonieta y el logotipo va a ser unos ¡zapatos rosados!”. ¿Por qué los zapatos?, no me pregunten, solo sé que me encantan todos. ¿Y por qué María Antonieta?, pues mis papás, cuando yo iba a nacer, estaban entre ese nombre y mi nombre actual. Siempre le reclamaba a mi mamá por qué no me había puesto María Antonieta, un nombre de reina, y su respuesta fue: “porque tu nombre es la combinación de tu papá y tu mamá y con María Antonieta ¡te hubieran dicho Toña!”. Plop y requeteplop. Sin comentarios. Comienzo a contarles así mi historia en los zapatos de María Antonieta.