La mayoría de nosotros, incluso antes de ser oradores reconocidos, hemos pasado por el temor a hablar en público en algún momento de nuestra vida.

Cuando traen mis clientes esta problemática les pregunto qué sienten, de donde viene ese temor, algunas de las respuestas son:

“No me gusta ser el centro de atención”

“Siento que me están evaluando”

“Siento que algo saldrá mal”

“No me gusta que me miren”

Por esa razón las personas suelen evitar el contacto visual con la audiencia, como herramienta para afrontar la ansiedad que provoca esa situación, es eso justamente lo que las puede alejar de la intimidad que requiere dar una charla.

La respuesta a eso es prehistórica, a cuando los humanos percibíamos que los ojos que nos observaban eran una amenaza existencial, probablemente de depredadores y con temor de ser devorados por ellos. En respuesta a esa realidad, la amígdala, la parte de nuestro cerebro que nos ayuda a responder al peligro, se puso en marcha a toda velocidad. Y cuando eso sucede, nuestra respuesta es de lucha o huida, sintiendo estrés y ansiedad.

¿Qué tiene esto que ver con hablar en público? Todo. En otras palabras, la ansiedad por hablar en público está en nuestro ADN. Experimentamos hablar en público como un ataque. Las respuestas físicas de muchas personas mientras hablan se asemejan a cómo reaccionaría su cuerpo ante señales físicas de peligro.

Los estudios han demostrado que un aumento de la generosidad conduce a una disminución de la actividad de la amígdala. Sentir y mostrar amabilidad y generosidad hacia los demás activa el nervio vago, que tiene el poder de calmar la respuesta de lucha o huida. Cuando somos amables con los demás, nos sentimos más tranquilos y menos estresados. El mismo principio se aplica al hablar en público.

¿Qué hacer entonces?

1. Piensa en tu audiencia.

Antes de comenzar a escribir acerca del tema de tu charla, pregúntate: ¿Quién estará en la sala? ¿Por qué están ahí? ¿Que necesitan? Identifica las necesidades de tu audiencia y elabora un mensaje entorno al abordaje de esas necesidades.

2. Enfoca tu cerebro.

Se suele estar más nerviosa justo antes de hablar, me ha pasado antes de subir al escenario, comenzar a sudar y de repente pensar: ¿qué pasa si fallo?” Ese es el momento en el cual se debe “reenfocar el cerebro”. Recuerda que estás allí para ayudar a tu audiencia, sé firme con tu mente y dile: “esta presentación no se trata de mí, se trata de ayudarlos”. Esta práctica hará que con el tiempo, luego de varias charlas, ya no te suceda.

3. Haz contacto visual mientras hablas.

Enfócate en algunos participantes durante la charla, puedes ir cambiando poco a poco, de persona en persona, puedes poner foco en los que están atrás, hacia los costados también. Al centrarte en una persona parece que estuvieras hablando solo con ella.

4. Ayuda a los demás.

Convierte una experiencia angustiosa e incluso dolorosa en una experiencia de dar y ayudar a los demás. Un orador generoso es más tranquilo, más relajado y, lo más importante, más eficaz para llegar a la audiencia y generar el impacto deseado.

¡Buen fin de semana!

* La autora es life & business strategist. Su sitio web es https://www.paulacabalen.com/. Puedes seguirla en su cuenta de Instagram @paulacabalen

*Las opiniones emitidas en este escrito son responsabilidad exclusiva de su autora.

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