Siempre he considerado que mi historia de amor fue un giro inesperado del destino, algo tan sorpresivo como una oleada que te arrolla en la playa después de una tormenta.
Antes de ser pareja, ya conocía a mi actual novio, José Cámpines. Lo había visto por primera vez exactamente cinco años antes (2018) durante un encuentro universitario con amigos en común. En ese entonces, ninguno de los dos imaginaba que, cuatro años después, volveríamos a coincidir para escribir juntos nuestra propia historia de amor.
La segunda vez que lo vi fue nuevamente en la universidad, donde él trabajaba en ese momento. Siempre nos reímos de esto porque, cuando lo vi pasar por la vereda, intenté ignorarlo. Sin embargo, recuerdo cómo un simple “hola” cambió por completo el rumbo de nuestras vidas.
Fueron meses maravillosos antes de comenzar una relación formal. Al principio, me acompañaba en mi recorrido a casa y se retiraba. Con el tiempo, nos dimos cuenta de que queríamos pasar más tiempo juntos y comenzamos a tener largas pláticas en bancas, restaurantes y citas espontáneas.
Es curioso porque a mi pareja jamás le han gustado las cosas “cursis”, como él las llama, pero a mi lado siempre ha intentado cumplir mis expectativas. Un recuerdo que siempre me saca una sonrisa es la primera vez que me regaló flores. Se apareció con una bolsa y, dentro de ella, había un ramo de girasoles, casualmente mis favoritos. Estaba tan apenado que no podía alzar la mirada cuando me las entregó, y sentía que todos lo observaban.
Nuestra relación se formalizó un año después, el 3 de octubre de 2023. Yo estaba en la universidad, en mis clases nocturnas, y él siempre me esperaba hasta tarde para acompañarme. Como de costumbre, ese día estaba sentado en la misma banca donde, durante un año, nos habíamos encontrado. Pero algo era diferente. Se veía más nervioso, más sudoroso, y las palabras no le fluían con la misma naturalidad. Justo en ese momento, sacó dos ramos de flores: uno de rosas rojas con una cinta en la que me pedía que fuera su novia y otro de flores amarillas, porque, casualmente, ese día se regalaban flores amarillas.
Hoy, tenemos un año y cuatro meses juntos. Amo a ese hombre maravilloso que me escucha, me comprende y, sobre todo, me ama.