Recuerdo los bombazos. El estruendo a lo lejos, acercándose para confirmar los rumores que anunciaron la “invasión gringa” que todos sabían que ocurriría… menos el bocón cobarde que la causó.

Nadie que estuviera en este país y sobreviviera esa noche aciaga, y los días que la siguieron, olvidará. Si preguntas, todos pueden decir qué hacían cuando tronaron las primeras bombas. Si ya dormían, pueden explicar cómo despertaron e inmediatamente supieron que ya los gringos estaban aquí. Guardamos en un rincón de nuestras mentes lo que sentimos. La sensación de ansiedad, miedo, impotencia e incertidumbre que experimentamos, aunque hubiéramos tenido la suerte de estar lejos de los bombardeos iniciales, porque no había duda que se estaban desperdiciando muchas vidas.

Recuerdo también los testimonios. No hay quien en este país no haya escuchado uno de esos relatos estremecedores que a nadie dejan impasible. La gente descargaba su pecho contando, a quien quisiera oír, su historia.

Desconocidos, de todos los bandos, compartían sus experiencias y escuchaban las del prójimo que, como ellos, buscaba alivio al verbalizar el miedo, la pérdida, la confusión, la impotencia, la vergüenza y el dolor y lavarlos con algunas lágrimas.

Fue una noche horrible, por decir lo menos. Por eso siempre sentí que ya que Noriega había logrado escapar a la muerte, vivir debía ser su castigo para que pagara por cada persona que destruyó. Debía tener una vida larga encerrado, preso, ya afuera tras las rejas o en su propio cuerpo que, asqueado de haber albergado esa alma y esa mente, lo retuviera sufriente y no le permitiera descansar.

Todo se me revolvió al leer El colapso de Panamá.

‘El Colapso de Panamá’, una deuda saldada

El libro se presenta hoy martes 3 de diciembre.

Lo que Fernando Berguido hace con El colapso de Panamá ha sido poner orden en la memoria teñida por el dolor y las pérdidas, tallada en nuestras mentes a punta de bombas, balas, sangre y traición. Se recogen los antecedentes y las causas de esa tragedia panameña escrita bajo las luces de las balas trazadoras, la detonación que les seguía, las explosiones, los gritos y las imprecaciones, así como con cada respiración contenida, con cada vida perdida.

La obra permitirá a quienes lo vivimos -y a los panameños que se levantaron después desconociendo su propio legado, así como a las generaciones futuras-, poder ubicar en la gran historia nacional cada experiencia personal sobre la invasión.

Dio contexto a los hechos personales que están inextricablemente tejidos en una historia que estaba en las sombras, que vivía en muchas memorias individuales dispersas, dilapidadas, distorsionándose cada vez más con el paso del tiempo, por desidia, por cálculo o mala fe.

Esto era necesario porque, aunque hubo muchos testigos, nadie vio todo; cada uno de nosotros vislumbró una fracción, y así el cuadro final ha estado mostrando una imagen falsa, por incompleta, de lo ocurrido, que ha ralentizado nuestra maduración como sociedad.

“Colapso” es como un cuadro pintado con la técnica puntillista. Si te acercas lo suficiente solo ves puntos que parecen al azar, pero al tomar distancia, puedes notar cómo cada vivencia o hecho particular (cada punto) aporta para exponer una historia mayor y más compleja.

Berguido ha tomado los testimonios de los protagonistas, cómplices, adversarios y los cercanos a la bestia y dispuso sus palabras de tal forma que podamos ver con claridad cómo todo se engarza y lleva a Panamá a salir, por fin, de la prolongada y desgraciada noche que fue la dictadura, aunque a un costo tan alto.

‘El Colapso de Panamá’, una deuda saldada

Fotografía de archivo del 4 de enero de 1990 del ex general panameño Manuel Antonio Noriega tras su detención por tropas estadounidenses.

Para mí, que tuve el privilegio de atestiguar algunos acontecimientos, vivir y sufrir otros y que, por defecto profesional estuve cerca de muchos eventos (en tiempo real como se dice hoy), fue una sorpresa encontrar algunos hechos revelados en esta obra, cosas que no tenía idea que habían ocurrido. Otras que me permitieron entender algunos episodios que conocía, pero no comprendía cabalmente porque me faltaban piezas.

Incluso confirmar la falsedad de chismes tragicómicos que en su día se divulgaron como verdades incontestables, basados en hechos que fueron recompuestos para favorecer o ridiculizar a alguien.

Uno de los más grotescos es el de que, en algún momento de su huida, Noriega se vistió de mujer para intentar pasar inadvertido. Cosa que siempre descarté; él travestido sería la mujer más fea del mundo y llamaría aún más la atención. Y tenía razón. Hubo fundamento para el rumor, pero en este libro se aclara que la verdad es otra.

Esta es una obra que vale la pena leer. Aunque cargada de información, el autor consigue exponer la historia con un lenguaje ameno y sencillo que lo hace fácil de leer. Y es una lectura obligatoria para quienes deseen comprender el Panamá que somos, y nos da perspectiva para construir el que queremos para nosotros y las próximas generaciones.

Habiendo transcurrido casi 35 años desde el 20 de diciembre de 1989, esta era una deuda pendiente. Era.