Recuerdo que cada 3 de noviembre siempre llovía justo cuando iba a la mitad del desfile.
Mis recuerdos son ver la emoción de las familias al ver a sus niños desfilar y representar la patria panameña, escuchar esos himnos que nos representan y observar los diferentes atuendos de las distintas escuelas, cada uno buscando representar algo especial.
Durante la primaria, entre tercer y sexto grado, participé como empollerada y también como diablito espejo. En tercer año hice parte del batallón femenino, y en quinto, cuando tenía 17 años, fui capitana de tambor mayor, también conocida como guaripola, y desfilé todo ese tiempo para el colegio Instituto Cultural Bilingüe.
Normalmente, las rutas eran en San Miguelito, subiendo toda la recta de la Policlínica María Valdés y también por la recta de la Roosevelt. En mi último año de desfiles, el uniforme fue un vestido rojo con chaleco blanco, franjas doradas y botas blancas. De pequeña, usaba polleras tradicionales.
A los desfiles siempre me acompañaron mi mamá y mi papá, caminando toda la ruta conmigo.
Los mejores momentos de los desfiles eran cuando llovía a mitad del camino, porque, después de esperar y tomar sol, esa lluvia refrescaba y hacía más emocionante mojarte y seguir con tu coreografía en los desfiles.
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