No hay nada como la emoción de un concierto en vivo. Desde el primer momento en que llegas al lugar hasta el último acorde, todo es pura adrenalina y emoción. El 21 de febrero de 2024 será un día que vivirá en mi memoria. Tuve la suerte de vivir un espectáculo que superó todas mis expectativas: la séptima gira mundial de Shakira, Las Mujeres Ya No Lloran World Tour.

A lo largo de los años, he descubierto que una de mis mayores pasiones es ir a conciertos. Me encanta ver la puesta en escena de los artistas, bailar, cantar y compartir ese momento con miles de personas que sienten lo mismo. Cuando la barranquillera anunció su gira en Colombia, supe que tenía que estar ahí. No solo porque es una de las artistas más grandes de Latinoamérica, sino porque su música ha sido la banda sonora de mi vida por más de 10 años. Desde sus baladas hasta sus canciones más movidas, siempre ha estado en mi playlist.

El problema era conseguir el boleto. No tenía entrada y sabía que sería complicado. La fecha en Barranquilla era mi meta. En la primera preventa no logré conseguir nada y me sentí derrotada, pensando que me quedaría sin verla. Pero cuando anunciaron una segunda fecha, moví cielo y tierra: puse a mis familiares a hacer fila virtual y, al final, logré comprar una de las últimas entradas. Ahora solo faltaba organizar el viaje, el hospedaje y buscar con quién ir.

Desde octubre, tenía claro que iría sola. No conocía a nadie que fuera al concierto, pero unas semanas antes, gracias a las redes sociales, me enteré que un amigo de la familia también tenía boleto para el mismo día y la misma zona. De repente, ya no tenía la preocupación de viajar sola a una ciudad desconocida y asistir a un evento tan grande sin compañía.


‘Ellas van a Shakira’

Se acercaba la fecha y ya tenía lista la ropa que usaría. Había repasado todas las canciones y solo esperaba que no nos cancelaran como en Perú. La emoción y los nervios estaban a flor de piel.

Llegó el gran día. Viajé junto a mi familia, quienes me acompañaron hasta Barranquilla. Desde muy temprano, la ciudad vibraba con la emoción del concierto. Ya había personas haciendo fila en el estadio, los vendedores ambulantes ofrecían todo tipo de recuerdos alusivos a ella, los restaurantes y los taxis sonaban con sus más grandes éxitos. Pasabas por un centro comercial y veías a chicas peinándose y maquillándose con brillantina, y era inevitable pensar: “ellas van a Shakira”.

En la fila del estadio Metropolitano Roberto Meléndez, el escenario del tour, se vivía el verdadero Shakiverso. Fanáticos de todas las edades, con pelucas moradas como en La Intuición, otros con trenzas y atuendos de cuero inspirados en Pies Descalzos. Después de dos horas y más de tres filtros de seguridad, finalmente entré al estadio. Mi ubicación era preferencial, en el campo. Desde atrás podía ver las pantallas y parte del escenario, y la emoción se hacía cada vez más intensa.

Éramos más de 40 mil personas listas para vivir un sueño. Desde los más jóvenes hasta los más veteranos, todos esperaban con ansias escuchar sus canciones favoritas.

El show estaba previsto para las 10:00 p.m., pero el fuerte viento retrasó la presentación 20 minutos e impidió el uso de la pantalla completa. Aun así, a ninguno de los asistentes le importó. Solo con ver a Shakira, todo el cansancio de más de cuatro horas de espera desapareció. La Fuerte, una de sus canciones con Bizarrap, marcó el inicio de la gira. Junto a sus bailarines y los fanáticos que ganaron el concurso de TikTok, Shakira entró por una pasarela entre la zona VIP y preferencial del campo, vestida de plateado.

Cuando llegó el momento de La Intuición y Estoy Aquí, dos de las más esperadas, ya sentía que no tenía voz... ¡y solo era la tercera canción! Corear juntos uno de los trabalenguas más icónicos de su repertorio fue una experiencia única, una prueba de que cada persona en el estadio vivía la misma emoción que yo.

Lo más icónico era cómo podía pasar de cantar canciones tan emotivas como Acróstico, una de las que me hizo llorar, a poner a todo el estadio a saltar con La Bicicleta y Hips Don’t Lie, mientras todos gritábamos y bailábamos al ritmo de “Mira en Barranquilla se baila así”.

El concierto del 21 de febrero fue tan significativo que La Guacherna, una festividad carnavalera que se celebra el viernes antes del Carnaval, se pospuso para el sábado, demostrando la importancia de Shakira para su ciudad. Su amor por Barranquilla quedó aún más claro cuando le rindió un homenaje al cantar En Barranquilla me quedo y Te olvidé, del legendario Joe Arroyo, invitando al escenario a Tatiana Angulo, reina del Carnaval de Barranquilla.

Pero llegaría el momento más esperado por todos: escuchar Pies Descalzos. A mi alrededor, mujeres y hombres de todas las edades gritaron desde la primera nota uno de los himnos de la cantante. Y luego Antología, su balada pop que lleva 30 años sonando en las radios y con la que, a los ocho años, me enamoré de su música. Porque, así como a ella “la enseñaron a querer los gatos”, Antología me enseñó a amar a Shakira.

Después de ese momento, estoy segura de que nadie salió decepcionado del show. Los visuales, las coreografías, todo fue impresionante. Los años pasan, pero ella sigue siendo igual de impactante y perfeccionista. Antes de la gira, permitió que los fans eligieran las canciones que querían escuchar, de ahí que interpretara Poem to a Horse y Don’t Bother, dos de las menos conocidas, pero las favoritas de algunos. Recuerdo escuchar a una señora cerca de mí gritar emocionada cuando inició Poem to a Horse: “¡Esa es mi favorita!”.

Qué lindo que no solo cantó los éxitos de los últimos años como Monotonía, Copa Vacía y Chantaje, sino que también trajera al presente esas épocas doradas que la llevaron a sonar en todo el mundo.

Una verdadera locura experimentar este show, lo repetiría mil veces si fuera posible. Ojalá que cada fan tenga la oportunidad de vivir el crecimiento de Shakira como persona y artista.