Este relato forma parte de una serie sobre personas que comparten su vida con gatos, y que originalmente fue publicado en la edición impresa de Revista Ellas del 11 de abril de 2025.
“He tenido varias gatas y creo que un solo gato. Ahora tengo a Suki y Lulú rescatadas al mismo tiempo. Las traje a casa un 31 de octubre, digo que son unas gatas brujitas. Ya tienen diez años conmigo“, cuenta la periodista Amalia Aguilar, coautora del libro Nosotras que Contamos. sobre las pioneras del periodismo en Panamá.
Desde que tiene memoria, Amalia ha convivido con animales. De niña siempre hubo perros en su casa, pero ya de adulta fue su hermana quien adoptó una gata y, a partir de ahí, los gatos entraron a su vida… y se quedaron.
En estos momentos tiene dos: Una de ellas es atigrada, gris. La otra es una gata “cálico”: chocolate, gris, plata.
“Son muy divertidas. Yo trabajo desde casa y tengo una oficina en uno de los cuartos. Lulú pasa casi todo el día conmigo. Tiene su silla al lado de la mía, y se sienta ahí tranquilita mientras yo escribo o leo. Pero apenas empiezo una reunión por Zoom, se despierta, empieza a tocarme, a mover la computadora, a participar. Es como si pensara que estoy hablando con ella. ¡Es bien cómica!”.
En su apartamento tiene unas ventanas corredizas de vidrio, y por fuera les puso una malla, así que cuando las abre queda un espacio donde las gatas pueden sentarse. A Suki le encanta desde allí acechar a las palomas en la tarde, haciendo ruidos como si las fuera a cazar.
Las dos son un poquito nerviosas, sobre todo cuando llega alguien a la casa. Apenas tocan el timbre, Suki corre a esconderse. Una vez los técnicos del aire se llevaron tremendo susto al ver un bulto debajo de la cama moviéndose. Sí, era Suki.
Duermen fuera de la recámara, pero a las 6 de la mañana, o apenas entra un rayo de sol, Lulú toca la puerta. Entonces Amalia le abre, se vuelve a acostar y duerme un rato más. A las 7:30, cuando se despierta de verdad, Suki está ya en la cama esperando que la rasque y le hagan cariñitos.
Cuando a Amalia le diagnosticaron cáncer, hace unos años, sus gatas estuvieron allí. “Entonces vivía sola y tenerlas conmigo fue un consuelo inmenso. Pasé muchas horas en cama, preocupada, y ellas estaban ahí. Recuerdo cómo se echaban a mi lado, siempre tocándome. Suki, sobre todo, es muy de contacto físico: me pone una patita encima, se asegura de estar tocándome. Fue reconfortante. Me ayudaron a salir de mi cabeza, a pensar también en cuidarlas a ellas. Me obligaban a levantarme, a darles de comer, a seguir con la vida. Fueron una gran compañía”.
Ha tenido varias gatas (solo una vez tuve un macho), y todos han sido distintos. “Con personalidades muy marcadas y sus peculiaridades… Son una compañía maravillosa. Muy inteligentes y amorosos".
De esta serie puede leer: Tres gatos y un cuadro, la historia de la pintora chiricana Elsy Acosta y sus mininos
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