Hace poco terminó el mes de las enfermedades raras, y me quedé pensando en una palabra que para mí lo significa todo: empatía. Una palabra sencilla, pero que cuando se aplica, transforma.

Desde que me diagnosticaron con ELA, la empatía dejó de ser una teoría y se convirtió en una necesidad. No solo porque vivo con una condición que afecta mi movilidad, sino porque todos los días me enfrento a un mundo que no siempre está preparado para recibirnos -ni a nosotros, ni a nuestras historias-.

Ser empático no es solo comprender a quien tiene una enfermedad o una discapacidad. Es algo que se practica cada día: al ceder el puesto, al no ocupar un estacionamiento reservado, al preguntar con respeto y no desde el prejuicio. Es mirar con el corazón.

Recientemente, en una institución pública, alguien me preguntó: “¿Desde cuándo usted está así?” Y me quedé pensando: ¿así cómo? No hubo un “¿cómo te sientes?”, ni un “¿cómo puedo ayudarte?”. Solo una mirada que no vio más allá de la silla de ruedas. Y eso me recordó cuánta falta nos hace formar a nuestros funcionarios no solo en lo técnico, sino en habilidades humanas.

Panamá aún tiene muchas tareas pendientes en accesibilidad: aceras imposibles, rampas mal hechas o inexistentes, y una cultura que muchas veces ignora lo invisible. Pero también he visto lo bueno: personas que se acercan con cariño, que preguntan, que acompañan. Y a esas personas les digo: gracias.

En lo personal, algo que me toca es ver cómo en redes sociales -ese espacio donde todos estamos “conectados”- hay aún tanta indiferencia. Veo a personas que se apoyan entre sí, pero cuando se trata de una causa que no está “de moda” o no les toca directamente, prefieren no involucrarse.

Yo no espero que todos compartan lo que publico. Pero sí me pregunto: ¿Qué tan difícil es apoyar una causa que busca visibilizar realidades? ¿Qué tanto nos cuesta detenernos un segundo y decir: “Aquí estoy, te veo”

No escribo esto desde el juicio. Lo escribo con esperanza. Porque nadie está exento de enfrentar una situación difícil. Puede tocarte a ti, a tu familia, a un amigo… o simplemente a alguien que un día necesitará de tu mirada empática para sentirse un poco más humano.

Hoy te invito a practicar la empatía sin excusas. A mirar a tu alrededor y preguntarte: ¿Cómo puedo hacer que el día de alguien sea más liviano? Porque al final, la empatía no se enseña, se contagia.

Y si empezamos a ponernos en los zapatos del otro, aunque sea un ratito, este mundo puede volverse un lugar mucho más habitable para todos. Incluso para ti. Incluso para mí.


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