En las últimas décadas, las princesas se han apoderado de nuestra cultura y su reino de ‘glitter’ crece a medida que aumenta el mercadeo de sus productos. “¿Es todo este rosado necesario?”, se pregunta Peggy Orenstein, autora de La Cenicienta se comió a mi hija, publicación que vio la luz editorial hace unos años. “Solo si quieres hacer dinero”, responde.
Orenstein relata cómo en el año 2000 un ejecutivo de Disney llamado Andy Mooney acudió a un espectáculo y se vio rodeado de niñas con trajes de princesa hechos en casa. De ahí surgió la línea “Princesas” de Disney, que actualmente coloca en el mercado más de 26 mil artículos de todas las películas con esa temática.
En octubre de 2016, Hasbro —fabricante y distribuidora de los juguetes Disney— registró el mejor trimestre de ventas de su historia, impulsado por Frozen y sus otras majestades. Solo en Estados Unidos se vendieron 3 millones de vestidos de Elsa, de Frozen, el año pasado: Como si todo Panamá, con excepción de Chiriquí, se disfrazara y saliera a la calle a cantar “Libre soy, libre soy” a gritos (porque según Andrea, de 7 años, solo así se canta esa canción).
“La idea de que la princesa rosada ha sido siempre parte de la infancia de las niñas es falso”, manifestó en un artículo para la revista The Atlantic Elizabeth Sweet, profesora de la Universidad de California y experta en historia de los juguetes. La Dra. Sweet descubrió que la popularidad de los juguetes neutrales (sin género definido) tuvo su pico a mediados de la década de 1970 y que, desde entonces, los fabricantes han empujado ciertos juguetes hacia los niños y otros hacia las niñas.
El nivel de segregación por género nunca había sido tan fuerte. Esto se puede comprobar en cualquier almacén de Panamá, en el que seguramente habrá cuatro pasillos con juguetes azules y cuatro pasillos con juguetes rosados (y uno amarillo o verde en el medio, si hay suerte).
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Princesas rosado y ‘glitter’: ¿Libre soy?
Felices para siempre
El problema no es el bombardeo de la industria. Siempre existirá. La cuestión está en si estamos dispuestos a que nuestras hijas dejen de ser ellas para convertirse en una princesa rosada: pasiva y obediente, “cuya única misión en la vida es esperar a un príncipe que puede llevársela cuando quiera. Y que ese ‘héroe’, además, tiene el poder y el control sobre el destino de ella”. Así piensa Eusebia Chevy Solís, psicóloga panameña especialista en Estudios de la Mujer. “Estas historias parecen inofensivas, pero bajo la lupa, las implicaciones son mucho más graves”, asegura la psicóloga. “Si no trabajamos en educar a las niñas, pero sobre todo —recalca— a los niños, en que el cuerpo de una mujer es de ella y no de él y que tiene que ejercer control sobre él mismo y no sobre las otras personas, podremos pensar en una sociedad en la que las mujeres no terminen asesinadas por hombres que creen que son dueños de su vida”.
Solís apunta también a la pérdida de identidad: Las princesas de estas historias “solo aspiran a que llegue alguien a salvarla, y ese ‘salvar’ en muchos casos significa matrimonio. Es una actitud de pasividad, de depositar en otra persona la realización de ella misma”.
En su libro La crianza a la danesa: Lo que los ciudadanos más felices del mundo saben sobre criar niños capaces y confiados, las autoras Jessica Alexander y la psicoterapeuta Iben Sandahl apuntan a que los finales felices hacen que no desarrollemos tolerancia a las situaciones difíciles. “Como la vida real no es así, vivimos en eterna frustración, esperando a que llegue alguien o algo que nos dé ese final feliz, y no disfrutamos la vida con sus cosas buenas y malas”.
Los cuentos originales de princesas no terminaban bien. Las consecuencias para quienes se portaban mal eran realmente negativas. La mano de Disney las estilizó no solo narrativa, sino también moral y estéticamente.
Niñas araña y Princesas ‘Hot dog’
No se puede negar que la etapa de las princesas es una parte mágica de la infancia, pero quienes han analizado el tema recomiendan que en casa se hable sobre las características de las princesas y las cosas maravillosas que hacen, en lugar de su apariencia o cómo se ven las niñas cuando se visten como ellas.
Algunas de las princesas Disney son inteligentes, valientes e ingeniosas. Bella (La Bella y la Bestia) siempre tiene un libro en las manos, y Ana (Frozen) es muy buena para resolver problemas, por ejemplo. Blanca Nieves es ordenada y Cenicienta defiende los derechos de los animales. Cada familia puede destacar aquellos elementos o valores con los que se puede identificar más fácilmente.
Y las lecturas de estos cuentos se pueden hacer desde otro enfoque: ¿Cómo se vería la princesa si fuera distinta? O ¿cómo podría ser el final? La psicóloga Chevy Solís dice que “subestimamos a los niños —y en especial a las niñas— pero ellos y ellas son muy hábiles y esto daría pie para dialogar sobre este tema y decirles que eso está ahí, pero que no tienen que repetir este rol”.
De hecho, Mulán y Mérida (Valiente), y muy especialmente Moana, desafían los roles de género esperados, dicen lo que piensan, siguen sus sueños y cuestionan lo que tradicionalmente se espera de ellas; Ana y Elsa, de Frozen, son independientes, autosuficientes y se cuidan entre sí.
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Princesas rosado y ‘glitter’: ¿Libre soy?
Moana se arriesga y Bella (abajo) siempre lee, dos princesas de Disney que rompen estereotipos.
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Princesas rosado y ‘glitter’: ¿Libre soy?
Que si no quieren ponerse vestidos incómodos y emperifollarse de rosado, está muy bien también. Porque hay niñas, como Lucía Icaza, de 4 años, que no se identifica con las princesas, pero sí con el Hombre Araña. Lucía escala y se cuelga de los juegos en el parque Kiwanis, de los tubos de 13 pies y de los árboles, y todo lo que encuentra a su paso, disfrazada de Niña Araña con máscara y actitud de Niña Araña.
Y Ainsley Turner, en Estados Unidos, también demostró ser la princesa más top cuando el año pasado se puso un disfraz de hot dog para el “día de princesas” en su escuela de ballet. La foto que sacó su maestra se volvió viral en redes sociales, porque la #HotDogPrincess, como la llamaron, demostró con su confianza, valentía y originalidad lo que para ella significa ser una princesa.
Rehabilitando princesas
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Princesas rosado y ‘glitter’: ¿Libre soy?
Bajo la premisa de que las niñas deberían tener la oportunidad de elegir, y tomando como norte su empoderamiento emocional para evitar ser víctimas de violencia y maltrato, es que la Oficina de Protección de Derechos de Infancia (OPD) de Iquique, en Chile, comenzó a realizar unos “talleres de desprincesamiento” que se están replicando en países como Argentina, Paraguay, Brasil, México y España.
El taller ha estado bajo la coordinación de los psicólogos Lorena Cataldo, Yury Bustamante y Jendery Jaldin. Esta última explica, desde Chile, que el enfoque de género es un tema que esta oficina estatal ha tratado de abordar de distintas maneras: a través de grupos de trabajo solo con niñas, en grupos mixtos, y a partir de la promoción de los derechos según la Convención Internacional de los Derechos del Niño.
“Nosotras insistimos en que no es malo ser princesa, lo preocupante es que se da como única opción. Solo puedes ser eso, estar a la espera, jugar con muñecas, vestirte de rosado”, dice Jaldin En el taller de “desprincesamiento”, los grupos de niñas que van desde los 9 a los 15 años reflexionan sobre el ser niña y ser princesa durante seis sesiones.
“Hacemos un diagnóstico: ¿Qué es ser niña? Ahí las chicas discuten, se dibujan y responden sobre su características, cuáles les gustan y cuáles no. Normalmente se definen como delicadas, amables, sensibles, lloronas. Nos damos cuenta de que el ‘princesamiento’ está presente”.
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En la segunda sesión, las niñas discuten sobre qué es ser princesa y cómo es su personalidad. Ahí pueden ver la similitud y analizar. El “desprincesamiento” comienza a convertirse en una herramienta: “Hablamos de mujeres que no son princesas, pero que son modelos a seguir. Tomamos canciones conocidas de la infancia como ‘Arroz con leche me quiero casar…’ y les cambiamos la letra; ellas inventan”.
En las siguientes sesiones analizan los estereotipos con relación a los juguetes, al cuerpo y los cánones de belleza de los cuentos. Jaldin expresa que “es muy potente ver cómo a niñas de 8 años ya no les gusta su cuerpo o su pelo porque ya tienen una idea de cómo es un cuerpo perfecto, el de las princesas, que sí es valorado”.
Las últimas dos sesiones se enfocan en la prevención y el autocuidado. La psicóloga considera que “hay un contexto de violencia que va en aumento en Latinoamérica y las niñas necesitan ser más proactivas y tener herramientas para defenderse y no crecer con miedo”.
En las últimas sesiones se habla del amor romántico y otras formas de amor: “¡A las niñas les encanta hablar de amor! —dice entre risas Jaldin—, eso está muy relacionado al ‘princesamiento’: el final feliz, no puedes ser feliz sin un hombre al lado. No estamos en contra de eso, pero el amor romántico es dañino cuando se entiende desde el sacrificio, desde la desvalorización de la autoestima y las situaciones ligadas con la violencia intrafamiliar”.
En la última sesión las psicólogas vuelven a preguntar qué es ser niña. “Se siguen definiendo como princesas —sensibles— pero aparecen ideas como ‘una niña puede ser lo que quiera ser’, ‘somos fuertes, somos capaces igual que un niño, igual que una mujer’. Allí notan un cambio”.
Para saber más sobre esta iniciativa, se puede visitar su página de Facebook: Desprincesamiento en Iquique (@desprincesamiento).