En 1997 una actriz poco conocida protagonizó la película Selena, sobre la vida de la cantante tex-mex asesinada en 1995.
Su nombre era Jennifer López. Ese papel le iba a cambiar la vida. Hollywood la recibió como una bomba latina. Su novio de entonces, Sean Combs, la bautizó JLO.
Muchos no apostaban por su éxito a largo plazo, pero estaba decidida a hacerse un lugar.
Jennifer López fue curvy, latina poderosa y emprendedora cuando esos términos ni se usaban.
No temía arriesgar. En el año 2000 llevó a los Grammy un traje de Versace con escote hasta el ombligo (Ese vestido hoy tiene su propia entrada en Wikipedia). Su estilista le desaconsejó usarlo pues otras artistas lo habían llevado. Pero cuando se lo probó en el set de grabación donde estaba, todos dijeron: ‘ese es el vestido’. Y lo era.
Pero Jennifer no quería ser solo sexi, anhelaba cantar, actuar y tener negocios. Hoy es un ejemplo de una artista centrada, influyente y que se adapta a los cambios. No ha podido evitar el escrutinio sobre su vida y sus amores. El cine, su gran pasión, no le ha traído tantos aplausos.
Pero hasta eso ha cambiado este año con su actuación en la película Hustlers, sobre unas bailarinas nudistas que estafan a hombres ricos.
2019 será uno de sus grandes años: ha estado de gira musical; el Concilio de la Moda de Estados Unidos la nombró ícono de la moda; luce feliz junto a su novio Alex Rodríguez; los críticos de cine la aplauden, está negociando con la liga de football americano NFL para protagonizar el show musical de 2020, y el 24 de julio cumplió 50 años.
Súper JLo, diva y audaz
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