Al pensar en un crucero por Europa, la mayoría automáticamente piensa en el Mediterráneo, su clima caliente y playas refrescantes. Pero en mi caso, por muchos años soñé con ir al Báltico y visitar los países que bordean este mar interior del norte de Europa y que conecta con el Atlántico. En julio finalmente fui.
A bordo del Oceanía Marina hice la ruta que varios cruceros ofrecen solo en esta época del año, que es verano de ese lado del mundo. Julio y agosto son las temporadas altas por su clima más amigable, aunque siempre es recomendable llevar ropa abrigada. El frío y la lluvia pueden sorprender.
Durante siete días recorrimos verdaderas joyas. Estas ciudades del viejo mundo tienen un encanto comparable solo con una postal, abundancia de castillos, museos, calles empedradas y atracciones para todas las edades.
Muy antiguo y algo pop
Estocolmo, Suecia
El esplendor del Báltico
Como muchas ciudades del vecindario, los habitantes se trasladan en carro, a pie y en bicicleta. Ahora hay un servicio de scooters electrónicos que uno puede tomar y dejar en la calle activando una app en el celular. A los más jóvenes del grupo les encantó esta alternativa para explorar el barrio antiguo de Gamla Stan, el Museo Vasa (donde se exhiben los restos del barco del mismo nombre ), el parque de diversiones Gröna Lund, y el museo de Abba.
El país del ‘Hygge’
Copenhague, Dinamarca
El esplendor del Báltico
Dinamarca, aunque es un país muy caro, ha sido denominado el más feliz del mundo. Puede ser porque siguen el hygge, un estilo de vida que se relaciona con la felicidad en las cosas simples. Como muchas ciudades célebres, Copenhague también tiene su monumento icónico: la escultura de La Sirenita. Aunque su tamaño es bastante modesto (mide poco más de un metro), es una de las atracciones imperdibles de esta ciudad llena de colores, palacios y plazas. El parque Tívoli es uno de los más antiguos y espectaculares del mundo, lleno de montañas rusas, jardines y exposiciones.
La tierra de los saunas
Helsinki, Finlandia
El esplendor del Báltico
Un dato curioso de este país es que hay saunas literalmente en todos lados. Hay 2.5 millones para una población de 5 millones de personas. Hay uno de madera incluso en el SkyWheel -la gigantesca rueda de la fortuna que gira sobre la bahía. A un costado está el mercado, donde se pueden degustar platillos sabrosos y algo inusuales. Yo me limité a probar las fresas, las más dulces y rojas que he visto. La mejor forma de ver todo Finlandia en cuestión de minutos es a través del Flying Cinema, que ofrece un tour virtual y sensorial en 3D. Aunque Helsinki, la capital, tiene mucho que ofrecer -incluyendo la monumental biblioteca Oodi-, vale la pena hacer una excursión a Porvoo, un pueblito de la Edad Media caracterizado por sus edificios de madera pintados de rojo.
La joya de la corona
San Petersburgo, Rusia
El esplendor del Báltico
Hay tanto que ver, hacer y probar en la tierra de los zares, que la mayoría de los cruceros atracan una noche, y algunos incluso dos. La abundancia de museos, palacios, iglesias y catedrales hace que, hacia donde dirijas la mirada, detectes algún punto de interés. Sobresalen el Hermitage, la Iglesia del Salvador sobre la Sangre Derramada, el Palacio Peterhof y el Palacio de Catalina, en Pushkin. Pero no es solo admirar el pasado zarista, sino el legado de los años de Rusia en la Unión Soviética, algo latente en muchas edificaciones a lo largo de la ciudad. Las estaciones de trenes revestidas de mármol, escaleras eléctricas que parecen interminables y columnas colosales, son algo que uno usualmente no consideraría, pero que vale la pena ver. Muchos visitantes reservan una noche en el ballet con anticipación. A pesar de la gran afluencia de turistas, son muy pocos los locales que hablan inglés, por lo que es conveniente reservar un guía con antelación. No te puedes ir sin antes comprar una matrioshka.
Viaje en el tiempo
Tallin, Estonia
El esplendor del Báltico
La ciudad de Tallin se caracteriza por sus torres medievales en el centro y sus edificios de estilo soviético en los alrededores. En la parte moderna está el parque Kadriorg, donde se encuentra la residencia presidencial. Desde que atravesamos el enorme muro de piedra que rodea la ciudad antigua, me cautivó: parecía el set de una película. Las calles empedradas, tomar un chocolate caliente en la cafetería más antigua del centro, recorrer los diferentes puestos en el mercado, buscando ese souvenir inolvidable, sumaron a esta experiencia. Pero me disgustó entrar a un anticuario y ver a la venta piezas del régimen nazi, y luego enterarme del papel que jugó Estonia hacia los judíos en la II Guerra Mundial.
Encanto que sorprendió
Warnemünde, Alemania
El esplendor del Báltico
Muchos pasajeros que desembarcan en esta parada alemana optan por viajar las dos horas y media que demora ir a Berlín y hacer un tour por el día allá. Me alegro de que yo no. Creo que es más fácil ir en otra ocasión a Berlín, que volver a Warnemünde, un pueblito costero que parece de fantasía. Nunca pensé que Alemania podía ser tan bonito. Siempre lo visualicé como un país gris, pero si hay algo que tiene este pueblo es color: en sus fachadas, flores, tienditas y barcos pesqueros.