Estaba un poco intimidada ante el prospecto de viajar a Bora Bora. Claro, me fascina conocer lugares nuevos, y esta isla, conocida como “la perla del Pacífico”, a menudo es comparada con el paraíso en la Tierra. Justamente por eso es un destino frecuentado por parejas recién casadas en su luna de miel. Y yo acá, viajando en una gira de medios y jalando conmigo a dos de mis hijos…
Pues fue innecesario sentirme de esa manera. Bora Bora es una isla pequeña, romántica, pero ofrece mucho, para casi todos.
Nosotros llegamos en un crucero (pero no es complicado llegar en avión desde Los Ángeles, Estados Unidos, haciendo un trasbordo en el Aeropuerto Internacional de Tahití Faa’a). Al desembarcar del tender, nativas nos esperaban con el saludo tradicional ia orana –hola- o maeva –bienvenido- y guirnaldas de flores, fragantes a gardenia, la flor típica en la polinesia. Aprendí más tarde que las flores son parte del ritual diario en estos territorios insulares: si la mujer lleva una flor detrás de su oreja izquierda, significa que está casada. Si la lleva en la derecha, está soltera.
En la lengua tahitiana el verdadero nombre de la isla es Pora Pora, aunque también se ha denominado May ti pora –creada por los dioses. Yo nunca había visto tantas gamas de azul en un mismo mar: turquesa, celeste, azul marino. Quedé maravillada. Rodeada por una barrera de arrecife coralina y de islotes, la mayoría de las atracciones son aquacéntricas.
Los múltiples hoteles en forma de búngalos, sobre el agua, capitalizan en la riqueza natural multimillonaria de la isla. Estas edificaciones son estándar en la mayoría de los complejos de Bora Bora y se levantan sobre pilotes en la laguna. Oscilan desde relativamente baratos (considerando dónde estás) y básicos, a resorts cinco estrellas, mega lujosos, con precios desde $900 la noche.
En lancha por la lagunaTiburones y mantarrayas a tu lado Si tuviera que escoger una sola cosa para hacer en Bora Bora, sería esta. Ir en una lancha, con el sol brillante, y deslizarse sobre un arcoíris de azules, escuchando la música autóctona que nuestro guía, Maui, un nativo en taparrabos, cantaba con su ukulele, fue felicidad pura. El capitán tocaba un pequeño tambor y piloteaba el timón con sus pies. Hicimos varias paradas, para hacer snorkel entre los corales, nadar con dóciles tiburones e interactuar con mantarrayas. Pensarán que hay que estar locos para hacer eso, pero la promesa del agua que te seduce te hace tirarte sin más. Para el almuerzo, nos bajamos en un motu, que son pequeños islotes alargados, donde comimos platos típicos y bebimos una refrescante cerveza en un paraje idílico.
‘Maeva’ a Bora Bora: una joya en la polinesia francesa
‘Maeva’ a Bora Bora: una joya en la polinesia francesa
‘Maeva’ a Bora Bora: una joya en la polinesia francesa
A bordo de un Le TruckExplorar en tierra Aunque las principales atracciones de Bora Bora se disfrutan desde el agua, la isla tiene muchos puntos de interés. Estos vehículos, camiones con la parte trasera modificada para acomodar a sus pasajeros, es la forma de hacerlo. Escalan con facilidad las empinadas montañas para subirte a miradores con vistas impresionantes; te llevan a mostrarte los artefactos militares que quedaron en la isla después de la II Guerra Mundial; a apreciar cómo se produce el aceite de coco o cómo los artesanos locales confeccionan indumentaria con la técnica de tie-dye.
‘Maeva’ a Bora Bora: una joya en la polinesia francesa
Una parada en Bloody Mary’sDonde comen las estrellas Este restaurante es frecuentado por las celebridades que llegan a la isla. A la entrada, un tablero enorme lleva el nombre de todos los ilustres que por ahí han pasado. Es famoso por su menú y atmósfera: techo de paja, piso de arena y antorchas tiki son parte de la decoración. Encontré los asientos (banquitos sobre la arena) bastante incómodos, pero la comida compensó esta molestia.
‘Maeva’ a Bora Bora: una joya en la polinesia francesa
Atardecer en catamaránUn paseo para atesorar Estas giras están disponibles también durante el día, pero si de día Bora Bora es cautivante, al atardecer es espectacular. Darle la vuelta a la isla, mientras baja el sol, para admirar el paisaje y su colorido, es la mejor forma de apreciarlo. La experiencia se torna más divertida si estás con otras personas en tu grupo, ya que la embarcación -con buena música y una selección de bebidas y picadas- adquiere un ambiente muy alegre y festivo.