La historia de esta singular raza canina es un gran enigma, ya que existen muchísimas teorías pero muy pocas pruebas tangibles. Algunas de ellas dicen que sus ancestros vinieron de China un siglo a.C. y se introdujeron en Afganistán junto a los conquistadores que ocuparon parte de sus tierras.
En realidad, en esos tiempos ya existían diferentes tipos de galgos que eran utilizados como eximios cazadores de presas a larga distancia, aunque también ayudaban con el pastoreo de rebaños, al igual que lo hacían otros perros sin ser necesariamente pastores de vocación.
Los galgos afganos eran muy valorados por su pueblo y considerados como un gran baluarte nacional. Conseguirlos era prácticamente imposible y más difícil todavía si se pretendía sacarlos del país.
Pero el colonialismo influyó una vez más en la extensa crónica de esta raza, y a partir de ocupaciones británicas se produce la exportación de estos llamativos lebreles a Inglaterra, donde causan una gran sensación debido a su espectacular y original apariencia.
Luego, ya en 1907, un ejemplar llamado “zardin” comienza a escribir las páginas canófilas de la raza, convirtiéndose en un competidor imbatible en las exposiciones caninas y modelo para plasmar el inicio de los escritos, donde se estipulan las características de la raza como un lineamiento a seguir.
A partir de allí comienza su expansión por el mundo, pero en los años 1970-1980 llega a la cumbre de su popularidad. Sucedió con otros perros de gran pelaje, como es el caso del viejo pastor inglés, era muy buscado por su apariencia, pero muy pocos a través del tiempo pudieron darle los cuidados necesarios a su manto, y la mayoría de ellos terminó rasurado, perdiendo uno de sus más atractivos encantos.
Es así que en la actualidad es muy difícil ver un lebrel afgano por la calle, aunque tiene su grupo de fanáticos en todo el mundo (que pasan muchas horas con un cepillo en la mano) no los cambiarían por ningún otro perro.
La convivencia
La primera vez que conocí un galgo afgano de cerca, tenía poco tiempo en la canofilia y quedé sorprendido. Era totalmente diferente a cualquier otro perro que antes haya visto.
Silencioso, místico, con una mirada distante hacia el infinito, que ante mi desconocimiento podía interpretar como una mezcla de antipatía y poca lucidez. Lo cierto es que nada de esto era real. Cuando comencé a conocerlos, aprendí que la visión de lejos es uno de sus grandes atributos para la cacería a distancia, y por eso su mirada habitualmente se dirige al infinito.
Son perros que no nacieron para obedecer, sino para manejarse con autonomía, precisión y enfocados en lo suyo. Verlos en movimiento es una obra de arte. Aunque su velocidad es grande, parecen flotar con sus pelos al viento y una morfología aerodinámica, que pareciera no tener limitaciones en cualquier tipo de postura que adopten.
El majestuoso galgo afgano
En la convivencia son maravillosos, transmiten muchísima paz y disfrutarán estando cerca suyo, pero si pretende enseñarle trucos se enfrentará a una complicada tarea, ya que definitivamente no es algo que estén dispuestos a hacer.
Se lo puede considerar un perro grande por su alzada que puede llegar a los 74 cm y un peso de hasta 30 kg, pero a pesar de esto, su presencia no se notará hasta que quiera sentarse en su sillón y seguramente lo encuentre ocupado por ellos.
No requiere de baños frecuentes, pero sí de cepillados regulares para mantenerlo libre de nudos.
Se adapta fácilmente a todo tipo de climas y en líneas generales, no padece de marcadas propensiones a enfermedades, siendo su longevidad de aproximadamente 13 años.
Si le gustan los perros apacibles, compañeros sin excesos, armoniosos, independientes, sigilosos y poco complacientes, el afgano puede ser una opción. De otra forma, ¡ni lo sueñe!